Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 55
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—?Quienes son ustedes? —pregunto Andrei, mientras acariciaba la pequena barra de cobre que llevaba en un bolsillo desde hacia poco, a causa de la intranquilidad reinante.
—Somos la milicia voluntaria —respondio el tipo bajito—. ?Que va a hacer en la alcaldia? ?Quien es usted?
—Soy el redactor jefe del Diario Urbano-dijo Andrei, molesto, mientras apretaba la barra de cobre. No le gustaba en absoluto que el adolescente estuviera detras de el, a la izquierda, y que el tercer miliciano voluntario, un hombre joven, al parecer muy fuerte, resoplara sobre su oreja por la derecha—. Voy a la alcaldia para protestar por las acciones de la censura.
—Ah —dijo el tipo bajito, con un gesto vago—. Esta claro. Pero, ?para que va a la alcaldia? Solo tiene que arrestar al censor y publicar lo que quiera.
—No me enseneis que tengo que hacer —dijo Andrei, que habia decidido comportarse de manera insolente—. Ya hemos arrestado al censor sin necesidad de vuestros consejos. Y dejadme pasar.
—Representante de la prensa —gruno el que le resoplaba sobre la oreja derecha.
—?Y que? Que pase —autorizo el adolescente de la izquierda, en tono condescendiente.
—Adelante —dijo el hombre bajito—. Que pase. Pero despues, no nos eche la culpa a nosotros. ?Va usted armado?
—No —respondio Andrei.
—Es una lastima —dijo el hombre bajito, echandose a un lado—. Pase...
Andrei siguio adelante.
—«El jazmin es una flor divina» —dijo a sus espaldas el hombre bajito con voz de gallo, y los milicianos se echaron a reir. Andrei conocia aquel versito y sintio deseos de volverse, irritado, pero se limito a acelerar el paso.
En la calle Mayor habia bastante gente. Estaban recostados en las paredes, formaban grupos en los portales, y todos llevaban brazaletes blancos. Habia algunos de pie en medio de la calzada, se aproximaban a los granjeros que iban llegando, les decian algo, y los granjeros proseguian su camino. Todas las tiendas estaban cerradas, pero no tenian colas delante de sus puertas. Cerca de la panaderia, un miliciano viejo con un nudoso baston trataba de explicarle algo a una anciana solitaria.
—Se lo digo con toda seguridad, madame.Hoy las tiendas no van a abrir. Yo mismo soy dueno de una tienda, madame,se bien que le estoy diciendo...
La anciana respondia, chillando, que preferia morir alli, ante aquella puerta, pero no abandonaria la cola.
Haciendo un gran esfuerzo para acallar dentro de si la preocupacion que lo embargaba y la sensacion de que todo lo que lo rodeaba era irreal, como en el cine. Andrei llego a la plaza. La salida de la calle Mayor que daba a la plaza estaba llena de carros, carretas, carretones, diligencias, coches de caballos... Olia a sudor equino y a boniga fresca; caballos de razas variadas sacudian la cabeza y los habitantes de la cienaga se llamaban entre si, haciendo brillar la lumbre de sus cigarrillos. Olia a humo; no lejos habian encendido una hoguera. Un gordo bigotudo que se abotonaba la ropa sobre la marcha salio de una arcada y a punto estuvo de tropezar con Andrei, solto un taco y siguio adelante entre los carretones, llamando a un tal Sidor con tono de urgencia.
—?Ven, Sidor! ?Entra al patio, hay lugar! Pero mira donde pisas, no te vayas a embarrar...
Andrei se mordio el labio y siguio adelante. Al borde mismo de la plaza, los carretones ocupaban las aceras. Muchos estaban sin los caballos; las bestias de tiro, con maneas puestas, vagaban por los alrededores dando saltitos y oliendo el asfalto sin mucho interes. En los carretones dormian, fumaban, comian, se oia como deglutian y masticaban con placer. Andrei se metio en un portal y trato de mirar por encima de la multitud. Lo separaban unos quinientos pasos de la alcaldia, pero era un verdadero laberinto. Las hogueras chasqueaban y echaban humo que, iluminado por las farolas de mercurio, ascendia por encima de los carretones y las diligencias, y como si una campana gigante tirara de el se iba a la calle Mayor. Un bicho se poso con un zumbido sobre la mejilla de Andrei y le clavo el aguijon, como un alfiler. Andrei, asqueado, aplasto de una bofetada algo grande y erizado, que crujio bajo su mano.
«Lo que han traido desde las cienagas», penso con enojo. Del portal entreabierto salia un claro olor a amoniaco. Andrei bajo a la acera y echo a andar con decision por el laberinto, entre los caballos y los vehiculos, pero a los pocos pasos piso algo blando y poco profundo.
El pesado edificio circular de la alcaldia se levantaba sobre la plaza como un bastion de cinco pisos. Casi todas las ventanas estaban a oscuras, solo en unas pocas habia luz, y de los pozos de los ascensores, erigidos por la pared exterior del edificio, salia una luz amarilla mate. El campamento de los granjeros rodeaba la alcaldia formando un anillo. Entre los carretones y el edificio habia un espacio vacio, iluminado por brillantes farolas que se erguian sobre columnas ornamentales de hierro. Los granjeros, casi todos armados, se agrupaban bajo las farolas y delante de ellos, a la entrada de la alcaldia, habia una fila de policias que, a juzgar por los galones, eran casi todos sargentos y oficiales.
Andrei se abria paso a traves de la multitud armada. Alguien lo llamo y se volvio.
—?Estoy aqui! —le grito una voz conocida, y Andrei vio finalmente al tio Yura que se le acercaba, balanceandose y con la mano tendida, lista para el saludo, con la guerrera de siempre, la gorra ladeada y la ametralladora que Andrei conocia tan bien colgando de un ancho cinturon que llevaba pasado por encima del hombro.
—?Hola, Andriuja, alma de ciudad! —grito, haciendo chocar estruendosamente la palma de su mano contra la de Andrei—. ?Llevo buscandote todo el tiempo; no puede ser, me digo, que con todo este lio no este aqui nuestro Andrei! Es un chaval que siempre esta en todas, me digo, seguro que esta aqui por alguna parte. —El tio Yura se veia bastante nervioso. Se quito la ametralladora del hombro, apoyo la axila sobre el canon como si se tratara de una muleta y siguio hablando, con el mismo ardor—. Busco aqui, busco alla, y no encuentro a Andrei. A la mierda, pienso, ?que pasa? Fritz, el rubio amigo tuyo, esta aqui. Anda dando vueltas entre los campesinos, soltando discursitos. ?Pero tu no aparecias!
—Aguarda, tio Yura —intervino Andrei—. ?Para que has venido aqui?
—?Para exigir mis derechos! —dijo el tio Yura burlon, mientras su barba se movia como una escoba—. He venido unicamente para eso, pero al parecer no vamos a sacar nada en limpio. —Escupio al suelo y extendio el salivazo con su enorme bota—. El pueblo es como un piojo. No sabe por que ha venido. O bien a rogar, o bien a exigir, o quien sabe si a ninguna de las dos cosas, puede que anoren la vida en ciudad, nos quedamos un rato aqui, le llenamos de mierda la ciudad y nos regresamos a casa. El pueblo es una mierda. Mira. —Se volvio y saludo a alguien con la mano—. Por ejemplo, ahi tienes a Stas Kowalski, mi amigo, Stas, cabron... ?Ven aca!
Stas se acerco: era un hombre encorvado, flaco, con bigotes que le colgaban con desanimo y cabellos ralos. Apestaba a aguardiente casero. Se mantenia de pie solo por instinto, pero de vez en cuando erguia la cabeza con aire guerrero, levantaba una escopeta recortada que llevaba colgando al cuello y alzaba los parpados con enorme esfuerzo para echar una mirada amenazadora en torno suyo.
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