Los Siete Ahorcados y Otros Cuentos - Андреев Леонид Николаевич - Страница 74
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el turista gordo.—Sacha, Petka, ¿oís? ¡Qué terrible tragedia! ¡Pobre muchacho! Está a punto de morir y le reclaman las contribuciones.
macha. ( Melancólica.)—¡Y va a caer, papá!
Gritos. Agitación entre los portakodaks.
el turista alto.—Hay que apresurarse. Señores: ¡hay que salvarle sea como sea! ¿Quién me sigue?
Los curiosos. ( A coro.)—¡Nosotros!
el turista alto.—¿Han oído ustedes, guardias? ¡Vamos entonces, señores!
Se marchan con aire resuelto. Aumenta la animación en el bar. Se oye entrechocar de vasos y alguien entona una canción alemana. El mozo, agotado, se aparta algo de las mesas y se seca el sudor de la frente.
voces.—¡Mozo!... ¡Mozo!
el desconocido. ( En voz bastante alta.)—¡Mozo! ¿Me podría dar un vaso de soda?
El mozo siente un estremecimiento; mira, espantado, hacia arriba, finge no haber oído bien y se aleja.
voces impacientes.—¡Mozo!... ¡Mozo! ¡Cerveza!
el mozo.—¡Al momento! ¡Al momento!
Abandonan el bar dos caballeros beodos y se dirigen a la roca.
la señora cuyo esposo estaba jugando al ajedrez.—¡Mi marido! ¡Ven, ven!
la señora agresiva.—¿No decía yo que era un sinvergüenza?
el primer beodo.—¿Y ni siquiera puede beberse usted un vaso de vino?
el desconocido.—Por desgracia, no.
el segundo beodo.—¿Por qué le dices tales cosas? ¡No amargues sus últimos momentos! Llevamos toda la tarde bebiendo a su salud. Con esto no le perjudicamos en nada, ¿verdad?
el primer beodo.—¡Claro que no! Por el contrario, lo que hará es animarle. ¡Adiós, joven! Lamentamos mucho su desgracia y, con su permiso, volveremos al bar.
el segundo beodo.—¡Cuánta gente!
el primer beodo.—¡Vamos, vamos! Aprovechemos el tiempo, que, apenas caiga, cerrarán el establecimiento.
Aparece un señor muy elegante, rodeado de nuevos curiosos. Es el corresponsal de los más importantes periódicos europeos. La gente, a su paso, murmura su nombre y le contempla con admiración. Algunos bebedores salen del bar para verle; incluso el mozo se asoma y le mira boquiabierto.
voces.—¡El corresponsal! ¡El corresponsal!
la señora.—¡A que no le ve mi marido!
el turista gordo.—¡Petka, Macha, Sacha, Katia, Vasia, mirad! ¡Es el rey de los corresponsales! Lo que él escriba ocurrirá.
la segunda muchacha.—Pero, ¿a dónde miras, Macha?
el primer colegial.—Papá, ¡no puedo más! ¡Que nos traigan unos emparedados!
el turista gordo. ( Entusiasmado.)—¡Qué tragedia, Katia! ¿Te has dado cuenta? Brilla el sol, el corresponsal nos honra con su presencia y el desventurado...
el corresponsal.—¿Dónde está?
voces solícitas.—¡Allí, en lo alto de la roca!... ¡Un poco más arriba!... ¡Un poco más abajo!
el corresponsal.—Déjenme, señores; yo le encontraré.. ¡Ya lo veo! ¡Su situación no es nada envidiable!
un turista. ( Ofreciéndole un taburete.)—¿Quiere sentarse?
el corresponsal.—Gracias. ( Toma asiento.) ¡Muy interesante! ¡Muy interesante! ( Saca papel y lápiz.) ¿Han impresionado ustedes ya algunos clisés, señores fotógrafos?
el primer fotógrafo.—Hemos fotografiado la roca con el infortunado joven esperando su trágico fin.
el corresponsal.—¡Muy interesante, muy interesante!
el turista gordo.—¿Oyes, Sacha? Un hombre tan inteligente y culto como el corresponsal considera esto muy interesante y tú sólo piensas en los emparedados. ¡Majadero!
el primer colegial.—El corresponsal, seguramente, habrá almorzado ya.
el corresponsal.—Señores: si fueran tan amables... Un poco de silencio...
una voz solícita.—¡Que se callen los del bar!
el corresponsal. ( Dirigiéndose al desconocido a voz un cuello.)—¡Permítame presentarme. Soy el más importante corresponsal de la Prensa europea. Quisiera hacerle a usted algunas preguntas sobre su situación! En primer lugar, ¿quiere decirme su nombre, profesión y estado?
El desconocido balbucea algo ininteligible.
el corresponsal.—No se oye nada. ¿Habla siempre así?
voces.—Sí; no se oye nada.
el corresponsal. ( Escribiendo.)—De modo que soltero, ¿eh?
El desconocido balbucea algo ininteligible.
El corresponsal.—No le oigo bien. ¿Qué ha dicho?
un turista.—Que sí; que es soltero.
otro turista.—No; ha dicho que es casado.
el corresponsal.—Entonces pondremos que es casado. ¿Cuántos hijos tiene? ¿Tres?... Me parece que ha dicho tres, pero no estoy seguro. En la duda, pondremos cinco.
el turista gordo.—¡Qué tragedia! ¡Cinco hijos!
la señora agresiva.—¡Ya será alguno menos!
el corresponsal. ( A voz en cuello.)—¿Cómo ha ido usted a parar a ese sitio tan peligroso? ¿Paseándose?... ¿Cómo?... ¡Hable más fuerte!... ¡Nada! No se le oye.
el primer turista. ( Intérprete.)—Creo que dice que se extravió.
el segundo turista. ( Intérprete.)—Creo que dice que no lo sabe.
voces.—Iba de caza... Es un alpinista temerario... Es un sonámbulo.
el corresponsal.—Todo puede ser, menos que haya caído del cielo... Pondremos que es sonámbulo. El desdichado joven ( escribiendo) padece desde su infancia de sonambulismo... Salió del hotel a medianoche, sin que nadie le viese... La luz de la luna...
el primer turista. ( Interpreta en voz baja.)—Ahora no hay luna.
el segundo turista. ( Intérprete.)—No importa; el público no sabe astronomía.
el turista gordo.—¿Oyes, Macha? Aquí tienes un ejemplo sorprendente de la influencia de la luna sobre los seres vivos de la Creación. ¡Qué horrible tragedia! Brilla la luna, el desventurado sube a lo alto de una inaccesible roca...
el corresponsal. ( A voz en cuello.)—¿Qué siente usted?... ¿Qué?... ¡No le oigo!... ¡Ah, ah! ¡Sí, sí!... Efectivamente: su situación no es envidiable.
voces.—¡Escuchen! ¡Escuchen!
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