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Los Siete Ahorcados y Otros Cuentos - Андреев Леонид Николаевич - Страница 67


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No llega a comprender lo que significan.

Un hombre original

Un corto silencio entre los comensales, y en medio del murmullo de las conversaciones, alrededor de las mesas lejanas y del ruido ahogado de los pasos de los criados, que traían y llevaban los platos, alguien declaró con voz dulce y tranquila:

—¡A mí me encantan las negras¡

Antón Ivanich, el subjefe de la oficina, por poco si deja caer la copa de "vodka" que se llevaba a los labios; un criado dirigió al que había pronunciado tales palabras una mirada de asombro; todos volvieron la cabeza para ver quién había dicho aquella cosa extraña. Y todo el mundo vio la carita con bigotito rojo, los ojillos opacos y la cabecita cuidadosamente peinada de Semen Vasilevich Kotelnikov.

Durante cinco años habían trabajado con él en la oficina, todos los días le daban la mano al llegar y al marcharse, todos los días le hablaban, todos los meses después de cobrar, comían con él, como aquel día, en un restaurante, y, no obstante, se les antojaba que aquel día lo veían por primera vez. Lo vieron y se llenaron de extrañeza. Observaron que no era feo del todo, a pesar de su absurdo bigote y sus pecas, semejantes a las salpicaduras de barro lanzadas por un automóvil. Observaron también que no vestía mal y que llevaba un cuello muy limpio.

El subjefe, después de fijar largamente su mirada de asombro en Kotelnikov, dijo:

—Pero Semen...

—¡Semen Vasilievich! —pronunció, con cierta dignidad, Kotelnikov.

—Pero Semen Vasilievich, ¿le gustan a usted las negras?

—Sí, me gustan mucho.

El subjefe miró con ojos de pasmo a todos los empleados sentados a la mesa, y soltó la carcajada:

—¡Ja,ja,ja! ¡Le gustan las negras! ¡Ja, ja, ja!

Y todos se echaron a reír. El mismo Kotelnikov se rió, un poco confuso, y enrojeció de gusto; pero al mismo tiempo le asaltó un ligero temor: el de que aquello le causase disgustos.

—¿Lo dice usted seriamente? —preguntó el subjefe cuando acabó de reírse.

—¡Y tan seriamente! Hay en las mujeres negras un gran ardor y algo...exótico.

—¿Exótico?

Se echaron de nuevo a reír; pero al mismo tiempo todos pensaron que Kotelnikov era seguramente un hombre listo e instruido, cuando conocía una palabra tan extraña: "exótico". Luego empezaron a discutir, asegurando que no era posible que gustasen las negras, además de ser negras, tenían la piel como cubierta de barniz, y los labios, gruesos, y olían mal.

—¡Y, sin embargo, me gustan! —insitió modestamente Kotelnikov.

—¡Allá usted! —dijo el subjefe—. Yo, por mi parte, detesto a esas bestias color de betún.

Todos sintieron una especie de satisfacción al pensar que había entre ellos un hombre tan original, que se pirraba por las negras. Con este motivo, los comensales de Kotelnikov pidieron seis botellas más de cerveza. Miraban con cierto desprecio a las otras mesas, en las que no habían un hombre de tanta originalidad.

Las conversaciones terminaron. Kotelnikov estaba orgullosísimo de su papel. Ya no encendía él sus cigarrillos sino que esperaba a que el criado se los encendiese.

Cuando las botellas de cerveza estuvieron vacías, se pidieron otras seis. El grueso Polsikov dijo a Kotelnikov en tono de reproche:

—¿Por qué no nos tuteamos? Ya que desde hace tanto años trabajamos juntos...

—¡No tendría inconveniente! ¡Con mucho gusto! —aceptó Kotelnikov.

Tan pronto se entregaba de lleno a la alegría de verse, al fin, comprendido y admirado, como sentía el vago temor de que le pagasen.

—Después de ver "Bruderschaft" 14con Polsikov, bebió con Troitzky, Novoselov y otros camaradas, cambiaba besos con todos y los miraba con ojos amorosos y tiernos.

El subjefe no bebió "Bruderschaft" con él, pero le dijo amistosamente:

—Venga usted por casa alguna vez. Mis hijas verán con curiosidad a un hombre a quien le gustan las negras.

Kotelnikov saludó, y aunque se tambaleaba un poco a causa de la cerveza, todos convinieron en que era muy "chic".

Después de irse el subjefe, bebieron más, y todos juntos salieron a la calle, tropezando con los transeúntes.

Kotelnikov marchaba en medio de sus camaradas, sostenido por Polsikov y Troitzky.

—No, muchachos —decía—; no pueden comprenderlo. En las negras hay algo exótico.

—Tonterías —contestaba severamente Polsikov—. No sé lo que puede encontrarse en ellas. Del color del betún...

—No amigo, careces de gusto. La negra es una cosa...

Hasta entonces no había pensado nunca en las negras, y no acertaba a dar con la definición justa.

—¡Tienen temperamento!

Pero Polsikov no se dejaba convencer y seguía discutiendo.

—¡Haces mal en discutir! —le dijo Troitzky—. Nuestro amigo Kotelnikov tendrá sus razones. Además, sobre gustos no hay nada escrito.

Y dirigiéndose Kotelnikov, añadió:

—¡No hagas caso, Semen! Sigue pirrándote por tus negras. Estoy tan contento, que tengo ganas de armar un escándalo.

—A pesar de todo, no lo comprendo —insistía Polsikov—. Del color de betún... Para mí, ni siquiera son mujeres.

—¡No, amigo, te engañas! —insistía a su vez Kotelnikov—. Porque mira, hay algo en las negras...

Iban tambaleándose un poco, ligeramente borrachos, hablando en alta voz, tropezando con la gente y muy satisfechos de sí mismos.

Una semana después, todo el departamento sabía que al empleado público Kotelnikov le gustaban mucho las negras. Algunas semanas más tarde, este hecho era ya conocido por los porteros de todo el barrio, por los solicitantes que acudían a la oficina, hasta por el agente de policía de servicio en la esquina de la calle. Las señoritas mecanógrafas de las secciones vecinas se asomaban un instante a la puerta para ver al hombre original a quien le gustaban las negras. Kotelnikov recibía estas muestras de atención con su modestia habitual.

Un día se decidió a hacer una visita a su jefe; mientras tomaba té con confitura de cerezas, hablaba de las negras y de algo exótico que había en ellas, Las muchachas menores parecían un poco confusas; pero la mayor, Nastenka, que gustaba de leer novelas, estaba visiblemente intrigada e insistía en que Kotelnikov le explicase las verdaderas razones de su afición a las negras.

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