Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - Сервантес Сааведра Мигель де - Страница 2
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–No huyan vuestras mercedes, pues la ley de caballería me impide hacer el mal, y menos aún a tan hermosas doncellas.
Cuando las mozas oyeron que las llamaba doncellas, a ellas que habían conocido ya muchos hombres, no pudieron contener la risa. Y cuanto más reían ellas, más se enfadaba don Quijote.
En esto, apareció el ventero y, teniendo que el enfado moviera a tan extraño caballero a usar las armas, le dijo:
–Si vuestra merced, señor caballero, busca posada, aquí encontrará de todo menos cama, porque no hay ninguna.
Don Quijote le respondió:
–Para mí, señor castellano[15], cualquier cosa me basta, porque mis ropas son las armas y mi descanso el pelear.
El ventero ayudó a don Quijote a bajar del caballo y le ofreció luego algo de pescado para la cena. Le atendieron las don mujeres, que antes ya habían ayudado al caballero a quitarse las armas. Sorprendido, dijo don Quijote:
Pero lo que más le preocupaba era no verse armada caballero, pues pensaba que no podría comenzar ninguna aventura sin recibir la orden de caballería.
Capítulo III
Don Quijote es armado caballero
Preocupado con este pensamiento, llamó al ventero. Se encerró con él en la caballeriza[16], puso de rodillas y le dijo:
–No me levantaré jamás del suelo, valeroso caballero, hasta que me conceda el deseo que quiero pedirle.
El ventero le dijo que así lo haría y don Quijote siguió su discurso:
–No esperaba menos de vuestra merced. El deseo que os pido es que mañana me tenéis que armar caballero. Esta noche en la capilla de vuestro castillo velaré las armas[17] y mañana se cumplirá lo que tanto deseo, para poder ir como se debe por las cuatro partes del mundo buscando las aventuras en favor de los necesitados.
El ventero enseguida se dio cuenta de que estaba loco y, para divertirse, le siguió la broma. Le hizo creer que su deseo era muy acertado, muy propio de los caballeros tan importantes como él. Le dijo también que en su castillo no había capilla donde velar las armas, pero que podía hacerlo en el patio del castillo y por la mañana se harían las debidas ceremonias.
El ventero le preguntó si traía dinero; respondió don Quijote que no llevaba nada, porque él nunca había leído en las historias que los caballeros andantes lo necesitasen. El ventero le dijo que se equivocaba, que no lo había leído porque era una cosa clara y evidente llevar dinero y camisas limpias. Además, solían llevar una caja pequeña llena de ungüentos[18] para curar las heridas recibidas en los combates, porque no siempre en los campos y desiertos donde combatían había quien los curara.
Don Quijote prometió hacer todo lo que le recomendaba con toda puntualidad y luego empezó a velar las armas en un patio grande que había en la venta.
Don Quijote recogió todas las armas y las sobre una pila[19] que había junto a un pozo. Cogió la lanza y comenzó a pasear delante de la pila. Cuando inició el paseo ya era de noche.
Uno de los arrieros[20] que allí había quiso dar agua a sus animales, por lo que tuvo que quitar las armas que don Quijote había colocado en la pila. Este, al verlo llegar, le dijo:
–¡Oh, tú, atrevido caballero que llegas a tocar las armas del más valeroso caballero andante! Mira lo que haces y no las toques, si no quieres perder la vida por tu atrevimiento.
El arriero no hizo caso de estas razones y quitó las armas allí. Entonces don Quijote levantó la lanza y dio un golpe tan grande al arriero en la cabeza que lo derribó al suelo dejándolo malherido. Luego recogió sus armas y volvió a pasearse como antes.
Los demás arrieros, que vieron lo sucedido, comenzaron a tirarle piedras a don Quijote, hasta que el ventero logró detenerlos diciéndoles que se trataba de un loco. El ventero gritaba y don Quijote gritaba más, llamando a todos traidores.
Finalmente, el ventero se acercó a él y le dijo que ya había velado las armas y que podía ser armado caballero allí, en mitad del campo.
El ventero cogió un libro. Le acompañaban un muchacho con una vela y las dos conocidas doncellas. Mandó ponerse de rodillas a don Quijote, fingió que leía una oración, levantó la mano, le dio un buen golpe en el cuello y después otro con su misma espada, siempre hablando entre dientes, como si rezara. Mandó a una de las damas que le colocara la espada a la cintura y, mientras lo hacía, ella le dijo:
–Dios haga a vuestra merced un venturoso[21] caballero y le conceda muchas victorias.
Don Quijote le preguntó su nombre; ella respondió que se llamaba Tolosa. Entonces, don Quijote quiso que, desde ese momento, se llamase doña Tolosa, como corresponde a una gran dama.
Con la otra moza sucedió lo mismo. Su nombre era Molinera, y don Quijote le rogó que pusiera el don, doña Molinera.
Terminadas las ceremonias, don Quijote preparó a Rocinante, abrazó al ventero, que no le pidió ningún dinero por su servicio, y salió de la venta.
Capítulo IV
La primera hazaña de Don Quijote
Salió don Quijote de la venta al amanecer, tan contento por verse ya armado caballero que la alegría se le veía en la cara. Sin embargo, decidió volver a su casa para coger camisas y dinero y buscar un escudero[22]. Pensó en un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, para que le ayudara en el oficio de la caballería.
Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, y el caballo comenzó a caminar con tanta gana, que parecía que no ponía los pies en el suelo.
No había caminado mucho, cuando oyó unas voces que salían del bosque. A don Quijote le pareció que alguien se quejaba.
–Doy gracias al cielo ―se dijo don Quijote―, pues pronto voy a poder cumplir con lo que debo hacer por mi profesión. Estas voces son, sin duda, de alguien que necesita mi ayuda.
Dirigió a Rocinante hacia el lugar de donde salían las voces. A pocos pasos encontró a un muchacho de unos quince años que gritaba; estaba desnudo de cintura para arriba y atado a un árbol.
Y es que un labrador estaba azotando al chiquillo mientras le decía:
–La lengua callada y los ojos listos.
Y el muchacho respondía:
–No lo haré otra vez, señor; prometo tener más cuidado del rebaño.
Viendo esto don Quijote, dijo muy enfadado:
–Bien podéis pegar a quien no se puede defender. Subid a vuestro caballo y tomad vuestra lanza, así os enseñaré que es de cobardes lo que hacéis.
El labrador, que vio aquella figura moviendo la lanza sobre su cara, creyó que lo iba a matar y con buenas palabras respondió:
–Señor caballero, este muchacho a quien estoy castigando es mi criado, y es tan descuidado que cada día me falta una oveja del rebaño que tiene a su cargo.[23] Y miente cuando dice que no le pago su salario..
–Él que no puede mentir delante de mí ―dijo don Quijote―. ¿Cómo podéis decir tal cosa? Desatadlo y pagadle ahora mismo si no queréis que os atraviese con mi lanza.
El labrador bajó la cabeza y desató a su criado. Luego dijo a don Quijote:
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