Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 46
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—Papa, ?no habras armado algun otro lio? —pregunto, bajando la voz.
Estaba asustada, y mi reaccion ante su relato la asusto mas todavia. En respuesta, yo solo suspiraba. Miles de palabras pugnaban por escapar de mi boca, pero como a proposito, todas eran dramaticas, falsas y presuponian gestos tales como extender la mano, apartar los ojos de la desgracia y otras cosas propias de Schiller. A continuacion, una idea, repentina y horrible, me estremecio: ?y si me han vuelto a publicar en el extranjero sin el permiso de la Oficina de Derechos de Autor? ?Pero que canallas! Entonces, estalle.
—?Basura y nada mas! —grite—. ?No hubo nada, nada de nada! ?Por que me miras asi? Seguramente, alguna maruja escribio una denuncia... Vete a saber... ?Y para que te habia citado? ?Te dijo para que te habia citado?
—Para conversar —dijo Katia—. Es posible que me marche a Ganda.
—?A Ganda? ?A Africa? ?Y donde dejaras a los bandidos?
Pero resulta que ella lo tenia todo bien planeado. Klara se llevaria a los bandidos, le alquilaria el piso a los Schukin, yo le compraria las obras completas. Nada de eso me gusto ni un poquito. Si los bandidos vivian con Klara, ?como podria ir a verlos? No quiero tropezarme con Klara ni con su general. No quiero comprar unas obras completas... Y ademas, ?que haria con Albert? ?Tambien se lo llevaria Klara? Ah, de todos modos trasladan al marido a Sizran. ?Excelente! ?Enhorabuena! Como siempre, sigues tras las huellas de tu madre. Pero todo eso es asunto tuyo. Y no te olvides que ahora se combate en Ganda.
Ella sabe como tratarme. Mientras yo hervia y me evaporaba, ella me servia un buen plato de estofado de carne con setas en vino tinto, me servia dos dedos de conac y me acomodaba a la mesa. Yo me sente, bebi, me ablande, le eche una ultima mirada llena de reproche paternal y agarre el tenedor.
—Y tu, ?que? —Como siempre, me di cuenta cuando tenia la boca llena.
—Yo ya he comido —respondio ella como de costumbre, se puso de rodillas en la silla y sacando su redondo trasero, apoyo los codos en la mesa y con gesto de complacencia se puso a mirar como yo comia.
—Pues si te vas a Ganda —dije entre bocados—, no te metas en lios. Sencillamente, el de personal ya no sabe que va a preguntar. ?Te pregunto sobre tu madre?
—Si.
—?Ves? Dame un pedazo de pan.
—Pregunto sobre mama, por que se divorcio de ti —respondio Katia mientras cortaba la barra de pan.
Me contuve a duras penas para no tirar el cuchillo y el tenedor contra la mesa. Que cochinada, ?que demonios le importaba eso? Pero despues pense: que se vayan todos a la mierda, ?que me importan? Y si no envian a Katia a Ganda, donde se combate y bandas numerosas de negros se atacan mutuamente con napalm...
—Todas las preguntas eran extranas —pronuncio Katia en voz baja—. Poco habituales. Papa, ?esta todo en orden? ?No me ocultas nada?
Esa es la razon por la que nunca le dare a mi hija, unica y muy querida, ni una sola paginita de la Carpeta Azul para que la lea. El terror la dejo escaldada tras aquel articulo de Brizheikin sobre los Cuentos infantiles modernos,cuando me llevaron al hospital tras mi primer ataque de estenocardia; hasta hoy ha quedado como danada. Y ahora sonrie, hace chistes, su coleta oscila de un lado a otro, pero en los ojos continua el mismo terror. Recuerdo esos ojos, cuando permanecia sentada junto a mi lecho en el hospital...
La tranquilice como pude y nos pusimos a beber te. Katia me hablaba de los gemelos bandidos, yo le hablaba de Petia Skorobogatov, de la asamblea, nos sentiamos muy comodos y era molesto pensar que dentro de un cuarto de hora Katia recogeria sus cosas y se marcharia. Despues me acorde y le di los coches para los bandidos y la invitacion para el concierto del bardo. Le encanto la invitacion y se puso a hablarme de aquel cantante, de lo famoso que era en ese momento; y yo la escuchaba y pensaba como decirle, de la manera mas delicada, que no me habia olvidado de la sastreria y el abrigo de pieles (?otra vez un abrigo de pieles!), que me acordaba de eso, aunque Katia nunca me lo recordaba, sencillamente tenia que hacer acopio de voluntad para ir alli... De pronto asomo la cabeza la esperanza de que, debido al viaje de servicios a Ganda, la cuestion del abrigo de pieles se olvidaria. En verdad, ?que falta le hacia un abrigo de pieles en Ganda?
Ella se estaba poniendo el abrigo cuando sono el telefono. Hubo que despedirse precipitadamente. Levante el telefono. ?Kirye eleison!?Senor, ten piedad de nosotros! Llamaba O. Oreshin.
Me llamaba para que yo, en ese momento y de manera univoca, le manifestara mi posicion favorable a su lucha, la de Oreshin, contra el descarado plagiario Semion Kolesnichenko. Armado con mi posicion favorable, y no ocultaba que yo no era la primera persona a la que llamaba en busca de ayuda, otros miembros destacados del secretariado ya le habian prometido su apoyo total en el combate implacable contra los plagiarios, sin el cual, por supuesto, era inconcebible la menor esperanza de exito en el desenmascaramiento de la mafia de plagiarios...
Yo esperaba, con curiosidad enfermiza, ver como Oreshin podia salir de aquella espiral sintactica, estaba dispuesto a apostar que ya se le habia olvidado donde comenzaba aquella interminable oracion subordinada, pero el tio era mas duro de lo que yo creia.
Asi que, armado con mi posicion a su favor, el, Oreshin, podria plantear en la proxima reunion del secretariado la cuestion relativa a la mafia de plagiarios con la claridad y agudeza que siempre nos falta cada vez que hablamos de personas que formalmente parecen ser colegas nuestros, mientras que moral y eticamente...
Coloque cuidadosamente el auricular sobre la mesa. Me servi un vaso de agua y tome mis pastillas. Oleg Oreshin seguia zumbando. Intente una vez mas comprender su psicologia. Honestamente, un mes atras, en el momento en que se habia armado todo aquel lio, lo habia clasificado como un antisemita zoologico comun y corriente, algo asi como uno de los guardias imperiales. Pero ahora me daba cuenta de que estaba equivocado. No era un antisemita. Peor aun, ni siquiera era un demagogo politico. Al parecer, estaba trastornado por el hecho de que habia parido con dolor, quiza en un momento de inspiracion divina, una situacion etico-moral, clavando al poste del escarnio a unos osos feroces, groseros y codiciosos, asi como a unas liebres, picaras y taimadas, y de repente, ?helo aqui!, aparecia un tal Kolesnichenko, un tipo astuto, un parasito literario por vocacion, que no sabia que era crear ni sentir la inspiracion, que simplemente tenia una vision muy aguda y unos brazos que le permitian rebanar todo lo que estaba mal puesto, meterlo en el zurron con presteza y salirse con la suya. Y para que nadie pudiera encontrar la pista de sus nefastos hechos, presentaba su papelucho como una traduccion de una lengua exotica, confiando en el hecho de que, de todas maneras, nadie podria leer el supuesto original.
El tal Oreshin era tonto. Y no simplemente tonto en el sentido habitual de la palabra, sino un representante de una tipologia psicologica particular. Se encontraba entre nosotros como un extraterrestre: con un sistema de valores totalmente ajeno, una psicologia extrana y desconocida, con otros objetivos para su existencia, y lo que nosotros, mirandolo desde arriba, considerabamos un complejo de inferioridad terminal, una desviacion enfermiza de la normalidad psicologica, era en realidad el nucleo saludable de su vision del mundo.
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