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Destinos Truncados - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 24


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En ese momento me tocaron el hombro y, al volverme, vi a Lidia Nikolaievna, la gerente de turno. Con sequedad me informo que llevaba una hora entera buscandome, que Konstantin Ilich Kudinov habia telefoneado desde el hospital y pedia que fuera a verlo de inmediato. No se que historia le habria contado aquel farsante, pero ella hablo en tono de extrema hostilidad. Seguramente pensaria que yo habia prometido visitar al amigo enfermo, pero me habia ido de copas, traicionando mi palabra y a mi amigo. De nuevo culpable. ?De que?

Le di dinero a Slava para que pagara mi parte, y eche a andar con decision por la alfombra del pasillo hacia el vestibulo.

El salon, bien iluminado, estaba totalmente lleno, ya no quedaba ni un lugar libre; varios grupos numerosos habian unido varias mesas, el humo del tabaco flotaba en capas sobre las cabezas de los comensales; en las copas que se alzaban para los brindis, los liquidos transparentes emitian destellos cambiantes; se oian los multiples golpes del metal sobre el vidrio y la porcelana, se gritaban juramentos de amistad; incluso en uno de los rincones mas lejanos, un tipo con canas en las sienes, que vestia un mono de lujo, declamaba unos versos con voz de diacono, mientras que en otro rincon un grupo de miembros de la guardia imperial, de pie en posicion de firmes, levantaba sus copas al nivel del pecho, en un brindis que expresaba las mas firmes esperanzas, lamentando seguramente el hecho de que no seria posible, como se hacia con el director anterior del club, lanzar las copas por encima del hombro al terminar de beber y pisotear los fragmentos con los tacones. Y ya se movia de mesa en mesa, saludando con una sonrisa, Shura Peklevani, amado por casi todos aunque poco conocido por los lectores; palmeaba las espaldas de los que estaban sentados, se inclinaba a besar las manos de las damas y rechazaba continuamente las invitaciones a compartir mesa, ya que se dirigia hacia una claramente definida. Shura siempre sabia, con toda exactitud, a que mesa debia sentarse cada dia. Ya avanzaba, bajando del entresuelo por la escalera de madera y hablando ruidosamente, una manada de criticos e investigadores literarios que acababan de poner punto final a una reunion: fluia entre las mesas, saludaba, se detenia, se sentaba con conocidos, se despedia; y en medio de todo aquel torbellino, en el centro del salon, una pandilla de jovencitos rendia fervoroso homenaje al redactor jefe de una revista de la periferia, un hombre de aspecto oriental, cuadrado, casi cubico, que llevaba una tiubeteika [6]yuna chaqueta corriente, en cuyas solapas brillaban insignias incomprensibles... La buena vida fluia como agua de manantial y yo tenia de nuevo que largarme a los confines de la ciudad. Pense con tristeza que cosas podria inventar aun el que movia los hilos de mi destino...

Tuve suerte: consegui enseguida un taxi y media hora despues, el conductor y yo buscabamos el hospital en el suburbio de Biriuliovo. Cuando entre en la sala, Kostia estaba sentado sobre la cama con las piernas cruzadas a la manera turca, rebanando con asco los restos de papilla de semola del plato. Vestia ropa de hospital, con todas las etiquetas y sellos posibles, pero por lo demas tenia buen aspecto. Por supuesto, no diria que estaba rozagante, tenia el rostro demasiado palido, pero tampoco quedaba en el nada de angustia, aunque tenia la quijada embarrada de papilla.

La sala contaba con seis camas, junto a la ventana le pasaban un suero a alguien, pero todos los demas se habian ido a ver el hockey por la television.

Al verme, Kolia se levanto de un salto y corrio hacia mi con tanta emocion que estuve a punto de asustarme: acaso querria abrazarme. Pero se limito a apretar y sacudir cordialmente mi mano. Continuo apretandome y sacudiendome la mano mientras hablaba como si le hubieran dado cuerda, sin dejar de mirar por encima del hombro al paciente con el suero. No me dejaba meter ni una sola palabra. Me conto como al principio vomito, despues se desmayo, como primero le lavaron el estomago y despues los intestinos, como le pusieron inyecciones, como le dieron masajes y le pusieron oxigeno. Y mientras tanto, no dejaba de mirar por encima del hombro y de empujarme hacia la puerta, dandome pisotones.

—?Que locura te traes? —dije, cuando finalmente salimos al pasillo.

—Vamos a sentarnos. Alli, en el banquito bajo la palma.

Nos sentamos. El pasillo estaba totalmente vacio, solo se veia a lo lejos a la enfermera de guardia, que colocaba en silencio unos frascos. Kostia continuaba hablando, aunque su excitacion era mucho menor. Considere que su febril alegria al verme habia sido causada por la euforia de un sentimiento exagerado de agradecimiento, y creo que pense: «?Vaya, es una bestia, pero esta vivo!». Y aprovechando su primera pausa, trate de saber como habia ido todo.

—Entonces, ?eso te ayudo?

—?El que? —pregunto rapidamente.

—Eso... la matusa...

—?Si! —exclamo, con voz de entusiasmo, y me agarro el brazo—. ?Si! De no ser por eso... Imaginate, aqui me hicieron un lavado de estomago a presion. ?Me hicieron un lavado terrible! Solo hoy he comprendido que tortura mas terrible la de la Inquisicion, cuando le bombeaban agua a la gente por el trasero... ?Los ojos se me salian de las orbitas, creo que voy a tener que ir al oculista!

Y comenzo a contarlo todo por segunda vez: como habia vomitado, como se habia desmayado, etcetera. Ademas, hacia chistes, a veces buenos, en general trataba de pintarlo todo con tintes de humor, pero tras aquel humor se percibia una tension malsana, y de repente pense que no habia euforia alguna, sino que en aquel momento el horror de la muerte que lo habia embargado bullia dentro de el y amenazaba con salir al exterior, y estaba yo a punto de palmearle la rodilla para tranquilizarlo, cuando de repente dejo de hablar.

—?Por que me miras asi? —susurro.

—?Como? —pregunte, confuso—. ?Como te miro?

Sus ojos recorrieron mi cara en zigzag y huyeron a algun lugar entre las sombras, mas alla de la palma.

—No, nada... —Eludio la respuesta, y al instante volvio a clavarme la mirada—. Veo que vas cargadito hoy, ?eh? ?Has bebido?

—Un poco —respondi, y anadi, a mi pesar—: De no ser por ti, estaria alli ahora, divirtiendome...

—?Pues nada! —pronuncio, haciendo un gesto irreflexivo—. Manana o pasado me echan de aqui, y nos iremos a beber. Ni te imaginas que conac te dare a beber. Me lo han enviado desde el Caucaso...

Y se puso a contarme que conac le habian enviado desde el Caucaso. Hablar del conac es algo tan carente de sentido y antinatural como describir con palabras la belleza de la musica. No le preste atencion. De repente senti nauseas. Esas paredes blancas, ese olor, no se si de fenol o de muerte, la bata blanca de la enfermera que ondeaba a lo lejos, los frascos de suero vacios que reposaban junto a la puerta de la sala... el hospital, la angustia, aquel lugar ajeno, alienado... ?Por que demonios estaba yo alli? ?A fin de cuentas, no era yo el que se habia intoxicado!

—Oye —dije, con decision—. Perdona, pero mi hija debe venir a verme hoy...

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