Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 63
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Andrei llego a la entrada del periodico. La puerta estaba cerrada. Rabioso, la pateo y los cristales se estremecieron. Comenzo a golpearla con todas sus fuerzas, soltando tacos con rabia. La puerta se abrio. En el umbral estaba el Preceptor.
—Entra —dijo, echandose a un lado.
Andrei entro. El Preceptor cerro la puerta detras de el, paso el cerrojo y se volvio. Su rostro era blanco, como la harina, con enormes ojeras negras, y se humedecia los labios con la lengua con frecuencia. A Andrei se le encogio el corazon: nunca antes habia visto al Preceptor en tal estado de abatimiento.
—?Es posible que todo ande tan mal? —pregunto Andrei, con desanimo en la voz.
—Pues si —el Preceptor sonrio debilmente—. No hay nada bueno.
—?Y el sol? —pregunto Andrei—. ?Por que lo apagaron?
—?No lo apagamos! —mascullo, angustiado, el Preceptor, apretando los punos y dando paseitos de un lado al otro del vestibulo—. Fue una averia. Eso no figuraba en ningun plan. Nadie se lo esperaba.
—Nadie se lo esperaba —repitio Andrei, con amargura. Se quito el impermeable y lo dejo sobre un sofa polvoriento—. Si no se hubiera apagado el sol, nada de esto habria ocurrido.
—El Experimento se descontrolo —mascullo el Preceptor, dandole la espalda.
—Se descontrolo... —volvio a repetir Andrei—. Nunca pense que el Experimento pudiera descontrolarse.
—Pues... —dijo el Preceptor mirandolo de reojo— en cierto sentido, tienes razon. Pero tambien puedes considerar lo siguiente: el Experimento, descontrolado, es tambien un Experimento. Es posible que sea necesario hacer cambios... introducir correcciones. Asi que, en retrospectiva, ?en retrospectiva!, esas tinieblas egipcias se consideraran como parte inseparable y programada del Experimento.
—En retrospectiva... —repitio Andrei una vez mas. Una rabia sorda se apodero de el—. ?Y que tendran la gentileza de ordenarnos? ?Que nos salvemos?
—Si. Que os salveis. Y que salveis.
—?A quien?
—A todos los que puedan ser salvados. Todo lo que pueda ser salvado. No puede ser que no quede nadie ni nada que salvar.
—?Nosotros vamos a salvarnos y Fritz Geiger llevara a cabo el Experimento?
—El Experimento sigue siendo el Experimento —objeto el Preceptor.
—Si —dijo Andrei—. Desde los babuinos hasta Fritz Geiger.
—Pues si. Hasta Fritz Geiger, mas alla de Fritz Geiger y a pesar de Fritz Geiger. A causa de Fritz Geiger no nos vamos a pegar un tiro en la sien. El Experimento debe continuar. La vida sigue, a pesar de cualquier Fritz Geiger. Si estas desencantado del Experimento, piensa en la lucha por la vida.
—En la lucha por la existencia —mascullo Andrei, con una sonrisa torcida—. ?Ahora no podemos hablar de vida!
—Eso va a depender de vosotros.
—?Y de ustedes?
—De nosotros depende muy poco. Vosotros sois muchos, aqui sois los que deciden, no nosotros.
—Antes, usted hablaba de otra manera —repuso Andrei.
—?Antes tu eras otra persona! —objeto el Preceptor—. ?Y tambien hablabas de otra manera!
—Temo haber hecho el tonto —mascullo Andrei, lentamente—. Me temo que no he sido mas que un idiota.
—No temes solo eso —apunto el Preceptor con cierta picardia en la voz.
A Andrei el corazon le dio un salto, como siempre ocurre cuando se cae en un sueno.
—Si, tengo miedo. Tengo miedo a todo —dijo, grosero—. Soy un gorrion asustado. ?Alguna vez le han pateado los testiculos? —De repente, le vino a la cabeza una idea nueva—. Pero usted tambien tiene miedo, ?no es verdad?
—?Por supuesto! Ya te he dicho que el Experimento se descontrolo...
—?No me diga! El Experimento, el Experimento... El problema no esta en el Experimento. Primero, a por los babuinos, despues a por nosotros, y por ultimo, a por ustedes, ?verdad?
El Preceptor no respondio nada. Lo mas horrible era que, ante aquella pregunta, el Preceptor no habia dicho ni una palabra. Andrei seguia esperando, pero el Preceptor se limitaba a seguir dando paseitos por el vestibulo, moviendo sin sentido los sillones de un lugar a otro, frotando el polvo de las mesitas con la manga y sin atreverse a mirar a Andrei.
Tocaron a la puerta, primero con los punos y despues comenzaron a darle patadas. Andrei retiro el cerrojo y vio a Selma delante de el.
—?Me abandonaste! —dijo ella con indignacion—. ?Apenas he logrado llegar aqui!
Andrei, avergonzado, miro hacia atras. El Preceptor habia desaparecido.
—Perdoname —mascullo—. No podia ocuparme de ti.
Le resultaba dificil hablar. Intentaba acallar dentro de si el horror que le causaba la soledad y la sensacion de indefension. Cerro la puerta de un golpe violento y se apresuro a poner el cerrojo.
TRES
La redaccion estaba desierta. Al parecer, los trabajadores habian huido cuando comenzo el tiroteo en las inmediaciones de la alcaldia. Andrei recorrio los cubiculos, contemplando con indiferencia los papeles en desorden, las sillas caidas, la vajilla sucia con restos de bocadillos y las tazas con restos de cafe. De la parte trasera de la redaccion le llegaba, muy alto, una marcha militar, lo que le resultaba muy extrano. Selma lo seguia, agarrada de su manga. Hablaba todo el tiempo, decia algo como si lo reganara, pero Andrei no la escuchaba.
«No se por que se me ha ocurrido venir hasta aqui —penso—. Todos han huido, al unisono, y han hecho lo correcto. Ahora estaria en casa, acostado, acariciandome las malditas costillas, medio dormido, sin prestar atencion a nada.»
Entro en el departamento de noticias de la ciudad y vio a Izya.
No se dio cuenta en un primer momento de que se trataba de Izya. Estaba de pie en un rincon, detras de la mesa mas lejana, apoyando las manos bien separadas, y revisaba una coleccion de periodicos antiguos. Estaba pelado casi al rape, hecho un mamarracho, un tipo extrano que vestia una sospechosa bata gris sin botones, y solo un segundo despues, cuando aquel hombre hizo una mueca conocida, enseno los dientes y comenzo a pellizcarse la verruga del cuello, Andrei se dio cuenta de que se trataba de Izya.
Permanecio unos momentos junto a la puerta, mirandolo. Izya no los habia oido entrar. En general, no oia ni se daba cuenta de nada: leia y, ademas, encima de su cabeza tenia un altavoz de donde salian los estruendosos compases de una marcha militar.
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