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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 49


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—La ley sobre el derecho al trabajo variado...

—Esa ley —lo interrumpio Andrei— se creo en aras del Experimento, y no en contra de el. La ley no puede preverlo todo. Nosotros, los defensores de la ley, debemos pensar con inteligencia.

—Concibo el cumplimiento de la ley de una manera bien diferente —repuso Kensi con sequedad—. Y, de todos modos, esos asuntos se resuelven en los tribunales, no los resuelves tu.

—Los tribunales lo hubieran enviado a las cienagas —dijo Andrei—. Y el tiene esposa e hijo.

- Dura lex, sed lex—respondio Kensi.

—Ese refran lo inventaron los burocratas.

—Ese refran —dijo Kensi, con seguridad—, lo inventaron personas que intentaban preservar reglas unicas de convivencia para la variopinta multitud de seres humanos.

—?Eso mismo, variopinta! —apunto Andrei—. No hay una ley unica para todos, y no puede haberla. No hay una ley unica para el explotador y para el explotado. Digamos, que si Van se hubiera negado a pasar de director a conserje...

—La interpretacion de la ley no es asunto tuyo —dijo Kensi con frialdad—. Para eso estan los tribunales.

—?Pero los tribunales no conocen a Van como lo conozco yo!

—?Vaya sabihondos que tenemos en la fiscalia! —Kensi sonrio torcidamente y sacudio la cabeza.

—Muy bien, muy bien —gruno Andrei—. Puedes escribir un articulo. Sobre un juez de instruccion venal que libera a un conserje criminal.

—Me encantaria escribirlo, pero siento lastima de Van. Por ti, idiota, no siento ninguna lastima.

—?Y yo tambien siento lastima de Van! —exclamo Andrei.

—Pero tu eres juez de instruccion —objeto Kensi—. Yo, no. Las leyes no me atan.

—Sabes una cosa: dejame en paz, por Dios. Ya me daba vueltas la cabeza antes de que tu aparecieras.

—Si, ya te veo. —Kensi levanto la vista y sonrio, burlon—. Lo llevas escrito en la frente. ?Que, hubo alguna redada?

—No —respondio Andrei—. Simplemente tropece. —Miro su reloj—. ?Otra cepita?

—Gracias, ya he bebido bastante —dijo Kensi, poniendose de pie—. No puedo beber tanto con cada juez de instruccion. Solo bebo con los que me dan informacion.

—Pues que te lleve el diablo —dijo Andrei—. Mira, ahi esta Chachua. Ve y preguntale sobre las Estrellas fugaces. Ha tenido mucho exito con ese caso, hoy andaba jactandose de ello. Pero ten en cuenta una cosa: es muy modesto, va a negarlo todo, pero no te rindas, acosalo todo lo que puedas, te va a dar un material de primera.

Apartando las sillas, Kensi se dirigio hacia Chachua, que miraba con tristeza una hamburguesa anemica. Andrei, con malevola expresion vengativa en el rostro, caminaba hacia la salida.

«Me gustaria esperar a oir los gritos de Chachua —penso—. Que lastima, no tengo tiempo... Senor Katzman, me encantaria saber como le van las cosas. Y no quiera Dios, senor Katzman, que pretenda seguir enredando las cosas. No se lo voy a permitir, senor Katzman.»

En el cubiculo numero treinta y seis estaban encendidas todas las luces posibles. El senor Katzman estaba de pie, con el hombro recostado en la caja fuerte, que estaba abierta, y revisaba ansioso un expediente mientras se pellizcaba la verruga y quien sabe por que razon mostraba los dientes.

—?Que demonios...? —mascullo Andrei, sin saber que hacer—. ?Quien te ha dado permiso? ?Que modales, rayos...!

—No se me hubiera ocurrido que armarais tanto escandalo en torno al Edificio Rojo —dijo Izya, levantando hacia el unos ojos llenos de incomprension y mostrando los dientes todavia mas.

Andrei le quito de un tiron el expediente, cerro con violencia la portezuela metalica, lo agarro por el hombro y lo empujo hacia el taburete.

—Sientese, Katzman —dijo, haciendo acopio de fuerzas para contenerse, mientras la ira le nublaba la vista—. ?Lo ha escrito?

—Oye —dijo Izya—. ?Todos vosotros sois unos idiotas! Aqui hay ciento cincuenta cretinos, que no son capaces de comprender...

Pero Andrei ya no lo miraba. Tenia los ojos clavados en la hoja con el encabezamiento declaracion del imputado I. Katzman... donde no habia nada escrito. Solamente habia un dibujo: un pene de tamano natural.

—Canalla —dijo Andrei, ahogandose de rabia—. Cerdo. —Agarro violentamente el auricular y marco un numero con dedos temblorosos—. ?Fritz? Soy Voronin... —Con la mano libre se abrio el cuello de la camisa—. Te necesito con urgencia. Ven ahora mismo a mi despacho.

—?De que se trata? —pregunto Geiger, algo molesto—. Me voy a casa.

—?Te ruego que vengas a mi despacho, por favor! —dijo Andrei, alzando la voz.

Colgo el telefono y clavo la mirada en Izya. Al momento se dio cuenta de que no podia mirarlo, y dejo que su vista enfocara un punto lejano. Izya grunia y soltaba risitas en su taburete, se frotaba las manos y hablaba sin parar, explicando algo con su descaro de siempre, repelente y satisfecho. Hablaba del Edificio Rojo, de la conciencia, de los estupidos testigos. Andrei no lo escuchaba, no le prestaba atencion. La decision que habia adoptado lo llenaba de terror y de una indefinida alegria diabolica. La excitacion lo sacudia, esperaba con impaciencia que, de un momento a otro, el malvado y siniestro Fritz entrara en la habitacion, para ver como cambiaria entonces ese rostro repulsivo y engreido donde apareceria una expresion de terror y vergonzoso miedo... Sobre todo si Fritz venia con Rumer. El solo aspecto de Rumer, de su peluda jeta de fiera con la nariz aplastada era suficiente... De repente, Andrei sintio un frio que le recorria la columna vertebral. Estaba cubierto de sudor. A fin de cuentas, todavia podia jugar una carta de triunfo. Aun podia decir: «Todo esta en orden, Fritz, ya lo hemos arreglado, perdoname por haberte molestado».

La puerta se abrio de par en par y entro Fritz Geiger, sombrio y con expresion de enojo en el rostro.

—?Que ocurre aqui? —pregunto, y en ese momento vio a Izya—. ?Ah, hola! —dijo, sonriendo—. ?Que haceis aqui, en plena noche? Es hora de dormir, pronto sera de manana...

—?Escucha, Fritz! —aullo Izya con alegria—. Tu eres un jefe importante aqui, explicale a este idiota...

—?Callese, acusado! —grito Andrei, y pego un punetazo en la mesa.

Izya callo y Fritz se irguio al instante y lo miro de una manera bien distinta.

—Este canalla se burla de la instruccion —dijo Andrei entre dientes, intentando controlar el temblor que le sacudia el cuerpo—, este miserable no quiere confesar. Llevatelo, Fritz, y que el mismo te diga que le he preguntado.

—?Y que le has preguntado? —indago Fritz, con diligente alegria. Sus transparentes ojos nordicos se abrieron mucho.

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