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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 45


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—Dare la orden pertinente —repetia Otto por decima vez—. Puedes estar tranquilo, Andrei. Dare la orden y nunca mas volveran a molestar a Van.

Ahi decidieron terminar la conversacion. Andrei colgo y se dedico a escribir un pase para que Van pudiera abandonar el edificio.

—?Te vas ahora mismo? —pregunto, sin dejar de escribir—. ?O esperaras a que salga el sol? Ten cuidado, a esta hora las calles son peligrosas.

—Le estoy muy agradecido —balbuceaba Van—. Le estoy muy agradecido...

Andrei, sorprendido, levanto la cabeza. Van estaba de pie frente a el, haciendo profundas reverencias con las manos unidas en el pecho.

—Dejate de ceremoniales chinos —gruno Andrei avergonzado, sintiendose violento—. ?Que he hecho por ti, un milagro o que? —Le tendio el pase a Van—. Te pregunto si piensas irte ahora mismo.

—Creo —dijo Van, cogiendo el pase con una nueva reverencia— que lo mejor es que me vaya ahora mismo. Ahora mismo —insistio, como excusandose—. Seguro que los basureros ya han llegado...

—Los basureros —repitio Andrei. Miro el plato con los bocadillos, que eran grandes, estaban recien hechos, con deliciosas lonchas de jamon—. Aguarda —dijo, saco del cajon un periodico viejo y se puso a envolver los bocadillos—. Llevatelos a casa, para Maylin...

Van se resistio debilmente, musito algo sobre la excesiva preocupacion del senor juez, pero Andrei le puso el paquete en las manos, le paso el brazo por encima de los hombros y lo condujo hasta la puerta. Se sentia terriblemente incomodo. Todo habia estado mal. Tanto Otto como Van habian reaccionado de manera extrana. Solo habia querido actuar correctamente, que todo fuera razonable, justo, y quien sabe como habia salido aquello: caridad, nepotismo, enchufe, trafico de influencias... Buscaba, desesperado, alguna palabra parca y ejecutiva, que subrayara el caracter oficial y la legalidad de la situacion... Y, de repente, le parecio que la habia encontrado. Se detuvo y levanto la barbilla.

—Senor Van —dijo con frialdad mirandolo de arriba abajo—, en nombre de la fiscalia quiero darle nuestras mas profundas excusas por haberlo hecho comparecer aqui de manera ilegal. Le aseguro que semejante cosa no volvera a repetirse.

Y en ese momento se sintio absolutamente incomodo. Que idiotez. En primer lugar, no habia nada ilegal en la comparecencia. Sin lugar a dudas, era del todo legal. Y, en segundo lugar, el juez de instruccion Voronin no podia asegurarle nada, no tenia esas atribuciones. Y en ese momento vio los ojos de Van, una mirada extrana, pero por eso mismo muy conocida, y de repente lo recordo todo y la cara le ardio de verguenza.

—Van —mascullo, repentinamente ronco—. Quiero preguntarte una cosa. Van. —Callo. Era una tonteria preguntar, no tenia sentido. Pero ya le resultaba imposible volverse atras. Van, expectante, lo miraba desde su escasa estatura—. Van —dijo, tosiendo un par de veces—. ?Donde estabas hoy a las dos de la madrugada?

—Vinieron a buscarme exactamente a las dos —respondio Van sin manifestar asombro—. Yo lavaba las escaleras.

—?Y hasta ese momento?

—Hasta esa hora estuve recogiendo la basura. Maylin me ayudaba, despues se fue a dormir y yo me fui a fregar las escaleras.

—Si, es lo que pensaba —dijo Andrei—. Bien, hasta mas ver, Van. Perdona que todo haya salido asi... No, aguarda, te acompano hasta la salida.

CUATRO

Antes de hacer comparecer a Izya. Andrei repaso de nuevo todo lo ocurrido.

En primer lugar, se prohibio a si mismo tratar a Izya con prejuicio. El hecho de que fuera un cinico, un sabelotodo y un charlatan, que estaba dispuesto a burlarse (y se burlaba) de todo, que era un andrajoso y salpicaba saliva al hablar, que soltaba una risita vil, que vivia con una viuda como un chuloputas y que nadie sabia como se ganaba la vida, no tenia la menor importancia, al menos en lo relativo a este caso.

Tambien estaba obligado a erradicar la idea estupida de que Katzman era un simple difusor de rumores sobre el Edificio Rojo y otros fenomenos misticos. El Edificio Rojo era una realidad. Misteriosa, fantastica, de una finalidad incomprensible, pero una realidad. (En ese momento, Andrei registro el botiquin, y mirandose en un espejito se puso mercromina en el chichon.) Katzman era, ante todo, un testigo. ?Que hacia en el Edificio Rojo? ?Con que frecuencia lo visitaba? ?Que podia contar sobre ese lugar? ?Que carpeta era aquella que habia sacado de alli? ?O no la habia sacado de alli? ?En verdad, provenia de la antigua alcaldia?

«?Detente, detente! —Katzman habia hablado de mas en varias ocasiones... no, no habia hablado de mas, simplemente habia contado sus excursiones al norte. ?Que hacia alli? ?La Anticiudad tambien se encontraba al norte, en alguna parte! No se habia equivocado, la detencion de Katzman habia sido correcta, aunque algo precipitada. Pero siempre pasa asi: todo comienza por curiosidad, va uno y mete su nariz donde no debe, y despues no tiene tiempo de decir ni pio cuando resulta que ya lo han reclutado...—. ?Por que se resistia a darme aquella carpeta? Obviamente, proviene de alli. ?Y el Edificio Rojo tambien es de alli! Es obvio que el jefe ha pasado algo por alto. Es normal, le faltaba el conocimiento de los hechos. Y no habia tenido la oportunidad de estar en ese sitio. Si, la difusion de rumores es algo temible, pero el Edificio Rojo es mas temible que cualquier rumor. Y lo extrano no es que la gente desaparezca alli para siempre, lo terrible es que a veces alguien logra salir de alli. Salen, regresan, viven entre nosotros. Como Katzman...»

Andrei percibia que habia llegado a lo fundamental, pero no tenia el valor necesario para llevar el analisis hasta el final. Solo sabia que el Andrei Voronin que habia entrado por la puerta con picaporte de cobre cincelado era bien diferente del Andrei Voronin que habia salido por esa puerta. Algo se habia roto dentro de el, algo se habia perdido sin remedio... Apreto los dientes.

«No, senores, aqui os han fallado los calculos. No debisteis haberme dejado salir. No es tan facil quebrarnos... no podeis comprarnos... ni rebajarnos...»

Sonrio torcidamente, tomo una hoja de papel en blanco y escribio, con grandes letras: EDIFICIO ROJO — KATZMAN. EDIFICIO ROJO — ANTICIUDAD. ANTICIUDAD — KATZMAN. Eso era lo que tenia.

«No, jefe. No tenemos que buscar a los que difunden rumores. Tenemos que buscar a los que retornan sanos y salvos del Edificio Rojo, hay que encontrarlos, atraparlos, aislarlos... o establecer una estrechisima vigilancia. —Escribio: visitantes del edificio — anticiudad—. Entonces, la senora Husakova va a tener que contar todo lo que sabe del tal Frantisek. —Y seguramente podia dejar en libertad al flautista—. Da igual, no se trata de ellos. ?Quiza deba llamar al jefe? ?Pedirle autorizacion para cambiar el sentido de la investigacion? Quiza sea prematuro. Pero si logro que Katzman confiese...» Tomo el auricular.

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