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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 25


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Os paseais por la aldea,

entre juegos y canciones,

alborotais mi corazon,

y no dejais que descanse...

El exito fue total. El tio Yura continuo:

Y las chicas, bien sabeis,

de que manera os tientan,

prometen, pero no dan,

mentiras eternas...

En ese instante, Selma retiro las piernas del brazo del sillon y, ofendida, aparto a Fritz de un empujon.

—No os he prometido nada, vaya falta que me haceis...

—No lo decia por nadie —dijo el tio Yura, muy turbado—. Es solo una cancion. Tu misma no me haces ninguna falta.

Para aplacar los animos, bebieron otra ronda. La cabeza comenzo a darle vueltas a Andrei. Se daba cuenta a duras penas de que estaba haciendo algo con el gramofono e iba a tirarlo al suelo. El gramofono termino por caer, pero no se dano, sino por el contrario, comenzo a sonar mas alto. Despues bailo con Selma, su talle era calido y suave, y sus pechos eran inesperadamente firmes y grandes: encontrar algo de formas maravillosas bajo todo aquel monton de lana hirsuta constituia una sorpresa mas que agradable. Bailaron, y el la sostuvo por el talle, y ella le tomo el rostro entre las palmas de las manos y le dijo que era un chico muy apuesto y que le gustaba mucho, y el, agradecido, le respondio que la amaba, que siempre la habia amado y que ya no la dejaria separarse de el...

—Ha comenzado a hacer frio —grito el tio Yura, dando una palmada en la mesa—, haria falta otra ronda... —Abrazo a Van, que estaba totalmente alicaido, y le propino tres besos, al estilo ruso.

A continuacion, Andrei se quedo solo en el centro de la habitacion mientras Selma le tiraba bolitas de pan a Van y lo llamaba Mao Zedong. Eso hizo que a Andrei se le ocurriera cantar «Moscu-Pekin», y al instante comenzo a entonar aquella preciosa cancion con emocion y entusiasmo poco comunes, y despues resulto que Izya Katzman y el estaban frente a frente, con ojos muy redondos y los dedos indice apuntando al techo.

—?Nos escuchan! ?Nos escuchan! —repetian cada vez mas bajito, en un susurro siniestro.

Un rato despues, ambos estaban apretados en el mismo sillon, y delante de ellos tenian a Kensi, sentado sobre la mesa, que agitaba los pies mientras Andrei trataba de hacerle entender que alli estaba dispuesto a hacer cualquier trabajo, que alli todo trabajo daba una satisfaccion especial, que se sentia perfectamente trabajando como basurero.

—?Soy bas... surerooo! —decia, pronunciando con dificultad.

Mientras, Izya, salpicandolo de saliva, le contaba al oido algo desagradable y ofensivo: que el, Andrei, en realidad sentia una humillacion lujuriosa por trabajar de basurero, que un sujeto como el, inteligente, tan leido, tan capaz, que podia hacer otras cosas, llevaba su pesada cruz con paciencia y dignidad, a diferencia de muchos otros... Despues aparecio Selma y lo consolo de inmediato. Era dulce, carinosa, hacia todo lo que el le pedia sin replicar, y de repente, en su percepcion del mundo exterior surgio un abismo delicioso, absorbente, y cuando logro salir de el tenia los labios hinchados y secos. Selma dormia en su cama y el, con un gesto paternal, le bajo la falda, la cubrio con una manta, se peino y fue al comedor, intentando caminar derecho, pero por el camino tropezo con las piernas extendidas del infeliz Otto, que dormia en una silla, en la incomodisima pose de la persona a la que han matado de un tiro en la nuca.

Sobre la mesa se erguia la mismisima garrafa, y los participantes del festin estaban alli sentados, con la cabeza entre las manos, cantando al unisono, a media voz: «En la lejana estepa se helaba el cochero...», y de los palidos ojos arios de Fritz caian grandes lagrimas. Andrei estuvo a punto de unirse al coro, pero en ese momento llamaron a la puerta. Abrio, y una mujer con la cabeza envuelta en un panuelo, en refajo y con los pies desnudos metidos en unos botines, pregunto si el conserje estaba alli. Andrei desperto a Van a empujones y le hizo entender donde se encontraba y que querian de el.

—Gracias, Andrei —dijo el conserje tras escucharlo atentamente y desaparecio, arrastrando los pies.

Los demas siguieron cantando la cancion del cochero, y el tio Yura propuso otro brindis, «para que en casa no se aflijan», pero descubrieron que Fritz dormia y eso le impedia entrechocar su vaso.

—Eso es todo —dijo el tio Yura—, quiere decir que esta sera la ultima...

Pero antes de que bebieran la ultima ronda Izya Katzman, que se habia puesto inusitadamente serio, canto en solitario una cancion que Andrei no comprendio del todo, pero el tio Yura si. Tenia un estribillo, «?Ave, Maria!», y una estrofa totalmente absurda, como de otro planeta:

Desterraron al profeta a la republica de Komi [4] ,

y el, de cabeza, se tiro a la maleza.

Y le concedieron a su lugubre fiscal,

una semana de turismo en Teberda.

Cuando Izya termino de cantar se hizo un breve silencio. A continuacion, el tio Yura dejo caer con violencia uno de sus enormes punos sobre la mesa, solto una retahila de tacos, agarro el vaso y se bebio el contenido sin esperar a los demas. Y Kensi, por alguna razon que solo el conocia, con una voz muy chillona, desagradable y feroz, canto una cancion de las que entonan las tropas en la que decia que si todos los soldados japoneses se ponian a mear a la vez contra la Gran Muralla China, apareceria un arco iris sobre el desierto de Gobi: que el ejercito imperial tomaria el te hoy en Londres, manana en Moscu y pasado en Chicago: que los hijos de Yamato estaban sentados a orillas del Ganges, pescando cocodrilos con sus canas... Despues callo, intento encender un cigarrillo, partio varias cerillas y, de repente, se puso a hablar de una chica que habia sido su amiga en Okinawa. Tenia catorce anos y vivia en la casa que quedaba frente a la suya. En una ocasion fue violada por unos soldados borrachos, y cuando el padre fue a poner la denuncia en la policia, acudieron los gendarmes y se los llevaron a el y a su hija, y Kensi nunca mas volvio a verlos...

Cuando Van entro en el comedor, llamo a Kensi y le indico con un gesto que se acercara: todos callaron.

—Asi son las cosas... —dijo el tio Yura con pesar—. Es lo mismo: en Rusia, en Occidente, en el pais de los amarillos, dondequiera es igual. El poder es arbitrario. No, hermanitos, alli no se me ha perdido nada. Es mejor aqui...

Kensi regreso, palido y preocupado, y se puso a buscar su cinturon. Llevaba la guerrera correctamente abotonada.

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