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Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 2


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Por las puertas abiertas de par en par entraba un humedo frio nocturno, bajo el arco de la entrada del patio se balanceaba una bombilla desnuda, amarillenta, que colgaba de un cable mugriento. A la luz de la bombilla, el rostro de Van parecia el de una persona enferma de ictericia, mientras que el sombrero lejano de ala ancha no permitia ver la cara de Donald. Las paredes, grises y desconchadas, estaban surcadas por grietas horizontales. Bajo los arcos colgaban jirones oscuros de telaranas polvorientas. Habia algunos dibujos de mujeres en poses provocativas, de tamano natural, y junto a la entrada a la caseta del conserje se amontonaban en desorden botellas y latas vacias que Van recogia, clasificaba despues con minuciosidad y llevaba a reciclar.

Cuando solo quedaba el ultimo bidon, Van cogio un recogedor y una escoba, y se dedico a recoger la basura que quedaba sobre el asfalto.

—No trabaje tanto, Van —dijo Donald, molesto—. Siempre se esmera demasiado. De todos modos, no va a estar mas limpio.

—El conserje tiene la obligacion de barrer —apunto Andrei en tono preceptivo, mientras hacia rotar la mano derecha, prestando atencion al movimiento: le parecia que se habia distendido levemente un tendon.

—En cualquier caso, seguiran tirando basura —dijo Donald con rencor—. Tan pronto nos demos la vuelta, tiraran mas de la que habia antes.

Van echo la basura en el ultimo bidon, la apisono con el recogedor y cerro la tapa de un tiron.

—Listo —dijo, echando una mirada a la entrada del patio que ya estaba limpia. Miro a Andrei y sonrio. Despues, volvio el rostro hacia Donald y mascullo—: Yo solo queria recordarles...

—?Vamos, vamos! —grito Donald con impaciencia.

Uno-dos. De un tiron, Andrei y Van levantaron el bidon. Tres-cuatro. Donald lo agarro con dificultad, solto un gemido y no pudo retenerlo. El bidon se balanceo y cayo de costado sobre el asfalto. Su contenido se esparcio hasta diez metros de distancia, como disparado por un canon, y el bidon echo a rodar estruendosamente por el patio. El eco subio en espiral hacia el cielo negro, retumbando en las paredes.

—Mecachis en el Padre, el Hijo y el Espiritu Santo —dijo Andrei, que a duras penas habia logrado apartarse de un salto—. ?Tienen mantequilla en las manos!

—Yo solo queria recordarles —mascullo Van con aire sumiso— que ese bidon tiene el asa rota.

Tomo la escoba y el recogedor y se puso a trabajar. Donald, por su parte, se agacho al borde de la plataforma del camion y dejo caer los brazos entre sus rodillas.

—Maldicion —mascullo sordamente—. Maldita porqueria.

Le pasaba algo raro en los ultimos dias, y sobre todo esa noche. Por eso Andrei no se puso a decirle que pensaba de los catedraticos y de su talento para ocuparse de tareas concretas. Fue a buscar el bidon y cuando regreso junto al camion se quito los guantes de trabajo y saco el tabaco. El hedor del bidon vacio era insoportable, por lo que se apresuro a encender un cigarrillo y solo despues convido a Donald, que lo rechazo en silencio con un movimiento de la cabeza. Habia que entender su estado de animo, Andrei tiro la cerilla apagada al bidon.

—En una ciudad vivian dos trabajadores de saneamiento, padre e hijo —comenzo a contar—. Alli no tenian alcantarillado, solo fosas con eso mismo. Y ellos sacaban eso mismo con cubos y lo echaban en su bidon. El padre, que era el obrero con mas experiencia, bajaba a la fosa y le pasaba el cubo al hijo, que estaba arriba. En una ocasion, el hijo no pudo retener el cubo y le cayo encima al padre. El padre se limpio, miro al hijo desde abajo y le dijo, con amargura: «?Eres un espantapajaros, un raton de la tundra! Nunca aprenderas nada util. Te pasaras la vida asomado alla arriba».

Esperaba de Donald aunque fuera una sonrisa. Por lo general, era una persona alegre y comunicativa, nunca estaba abatido. En el habia algo del estudiante que habia marchado al frente de batalla. Sin embargo, en ese momento Donald se limito a toser.

—No es posible vaciar todas las fosas —apunto, con voz sorda.

Pero Van, que se afanaba junto al bidon, reacciono de manera extrana.

—?Y cuanto vale eso aqui? —pregunto de repente, con subito interes.

—?El que? —Andrei no comprendio.

—Los excrementos. ?Son caros?

—Como decirte... —Andrei, inseguro, solto una carcajada—. Depende de quien sea...

—?Acaso aqui se diferencian? —se asombro Van—. En mi pais son iguales. ?Y cuales son aqui los mas caros?

—Los de catedratico —dijo Andrei al momento: no habia podido contenerse.

—?Ah! —Van vacio una vez mas el recogedor en el bidon y asintio con la cabeza—: Esta claro. Pero en las zonas rurales de mi pais no habia catedraticos, y por eso el precio era el mismo: cinco yuanes por cubo. Eso, en Sichuan. Pero en Tziansi, por ejemplo, los precios subian hasta siete yuanes, ocho incluso.

Finalmente, Andrei lo entendio. De repente, sintio ganas de preguntar si era verdad que un chino, cuando lo invitaban a comer en una casa, debia dejar sus excrementos en el huerto del anfitrion, pero le resultaba incomodo preguntar aquello.

—No se como funciona eso alli ahora —prosiguio Van—. En los ultimos tiempos yo no vivia ya en la aldea... ?Y por que aqui son mas caros los de catedratico?

—Estaba bromeando —explico Andrei, con aire culpable—. Aqui no se venden los excrementos.

—Se venden —intervino Donald—, Andrei, usted ni siquiera sabe eso.

—Pero usted si esta bien enterado —replico este, molesto.

Un mes atras se habria enzarzado en una feroz disputa con Donald. Lo irritaba muchisimo el hecho de que el americano contaba a veces cosas sobre Rusia de las que el, Andrei, no tenia la menor noticia. En aquellos momentos estaba convencido de que Donald simplemente contaba embustes o repetia las charlatanerias difamatorias de los diarios de Hearst. «?Vayase al infierno con esa porqueria que publica Hearst!», decia, para concluir. Pero despues aparecio Izya Katzman, aquel aborto de la naturaleza, y Andrei dejo de discutir. Se limitaba a molestarse. Como demonios sabrian todas aquellas cosas. Y explicaba su impotencia por haber llegado aqui desde el ano 1951, mientras que los otros dos provenian de 1967.

—Es usted un hombre feliz —dijo Donald de repente, se incorporo y camino hacia los bidones que estaban junto a la cabina.

Andrei se encogio de hombros, y mientras intentaba librarse del sabor amargo que le habia dejado aquella conversacion, se puso los guantes de trabajo y se dedico a recoger la hedionda basura para ayudar a Van.

«Pues no lo se —penso—. Vaya cosa, la mierda. ?Y tu, que sabes de integrales? ?O, digamos, de la constante de Hubble? Toda persona desconoce muchas cosas...»

Van echaba en el bidon los ultimos restos de basura cuando aparecio en la entrada la elegante figura del agente de policia Kensi Ubukata.

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