Ciudad Maldita - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 13
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—Eso no guarda relacion alguna con este asunto —pronuncio con sequedad—. Tenga la bondad de seguirme.
—?Dejelo usted en paz, Geiger! —dijo el de la voz de bajo—. Esta claro que es un granjero. ?A que nos dedicamos ahora, a molestar a los granjeros?
Y todos asintieron y comenzaron a murmurar: si, por supuesto, es un granjero, se ira y se llevara su ametralladora, no es un gangster, claro que no.
—Nuestra mision es espantar a los babuinos y aqui estamos, jugando a los policias —agrego el que intentaba razonar.
La tension desaparecio al momento. Habian olvidado a los babuinos, que de nuevo se paseaban por donde querian, comportandose como si estuvieran en la selva. Ademas, la poblacion local parecia aburrida de esperar acciones decididas por parte del destacamento de autodefensa. Con seguridad habian llegado a la conclusion de que de alli no saldria nada bueno y que ellos mismos tenian que acomodarse a la situacion. Y ya se veia a las mujeres, con aire diligente y labios apretados, con monederos en las manos, haciendo sus labores matutinas. Algunas llevaban en las manos escobas y palos de fregonas para espantar a los monos mas descarados. Ya comenzaban a quitar las persianas del escaparate de la tienda, y el dueno del tenderete caminaba en torno a su quiosco semidestruido, se agachaba, se rascaba la espalda y, obviamente, calculaba algo mentalmente. Habia cola en la parada del autobus, y ya se veia a lo lejos el primer transporte publico, que toco con fuerza el claxon, espantando a los babuinos que desconocian las reglas del transito e infringian las disposiciones del consistorio de la ciudad.
—Si, senores mios —dijo una voz—. Parece que tendremos que habituarnos a todo esto. ?Nos vamos a casa, jefe?
Fritz examinaba la calle con aire sombrio, mirando de reojo.
—Pues si... —dijo, con voz sencillamente humana—. Vamonos todos a casa.
Giro sobre si mismo, se metio las manos en los bolsillos y echo a andar hacia el camion. El destacamento lo siguio. Se encendieron cerillas y mecheros, alguien preguntaba, intranquilo, que hacer con la llegada tarde al trabajo, si no seria bueno que les dieran una justificacion por escrito... El que intentaba razonar tambien tenia algo que decir al respecto: ese dia todos llegarian tarde al trabajo, no hacia falta justificacion alguna. La multitud que rodeaba el carreton se disperso. Solo quedaron alli Andrei y el biologo de gafas, que se habia jurado a si mismo no irse de alli sin averiguar quien tenia el celo en las cienagas.
El barbudo, mientras desarmaba y guardaba de nuevo la ametralladora, explico con condescendencia que quienes tenian el celo en las cienagas eran los rojigatores, y los rojigatores, hermanos, eran algo asi como cocodrilos. ?Has visto a los cocodrilos? Pues igualitos, solo que lanudos. Cubiertos de una lana roja y dura. Y cuando estan en celo, hermanito, es mejor estar lo mas lejos posible. En primer lugar, son mas grandes que un buey, y en segundo, cuando estan asi no perciben nada, les da lo mismo una casa que un cobertizo, lo destrozan todo...
Los ojos del intelectual ardian de interes, escuchaba ansioso, arreglandose las gafas a cada momento con los dedos muy abiertos.
—?Vais a venir o no? —los llamo Fritz desde el camion—. ?Andrei!
El intelectual miro hacia el camion, despues miro su reloj, solto un gemido lastimero y se puso a balbucear excusas y agradecimientos. Despues, apreto y sacudio con todas sus fuerzas la mano del barbudo y se marcho corriendo. Pero Andrei decidio quedarse.
Ni el mismo sabia por que se habia quedado. Habia sufrido algo asi como un ataque de nostalgia. No se trataba de que anorara hablar en ruso, pues a su alrededor todos hablaban en ruso. Tampoco porque aquel barbudo le pareciera la encarnacion de la patria, nada de eso. Pero habia en el algo que no podia percibir en el caustico Donald, en el alegre y ardiente, pero de todos modos algo ajeno Kensi, ni en Van, siempre bondadoso, siempre cortes, pero siempre asustado. Y mucho menos en Fritz, un hombre sobresaliente a su manera, pero enemigo mortal hasta el dia anterior... Andrei no sospechaba cuanto anoraba aquel algo misterioso.
—?Que, compatriota? —pregunto el barbudo mirandolo de reojo.
—De Leningrado —dijo Andrei, sintiendose incomodo, y para ocultar aquella incomodidad, saco el tabaco y convido al barbudo.
—Vaya, vaya... —dijo el hombre, sacando un cigarrillo del paquete—. Asi que eres un compatriota. Yo, hermanito, soy de Vologda. ?Has oido hablar de Cherepoviets? Pues de ahi mismo soy, de Cherepoviets.
—?Por supuesto! —replico Andrei con alegria—. Ahora mismo acaban de inaugurar un enorme combinado metalurgico, una planta gigantesca.
—?No me digas! —dijo el barbudo, con notable indiferencia—. Asi que hasta alli han llegado. Esta bien. ?Y a que te dedicas aqui? ?Como te llamas? —Andrei se presento. El barbudo siguio—: Como ves, soy campesino. Granjero, como dicen aqui. Me llamo Yuri Konstantinovich Davidov. ?Quieres beber algo?
—Es demasiado temprano —dijo, dubitativo.
—Si, puede ser —acepto Yuri Konstantinovich—. Todavia tengo que ir al mercado. Yo llegue anoche y me fui directamente a los talleres, alli me habian prometido una ametralladora hace tiempo. Dimos unas vueltas, la probamos y les entregue un jamon, una garrafa de aguardiente, y cuando me di cuenta, habian desconectado el sol...
Mientras contaba aquello, Davidov habia terminado de empaquetar toda su carga, habia tomado las riendas, se habia montado de lado en el carreton y los caballos habian echado a andar. Andrei caminaba a su lado.
—Si —continuo Yuri Konstantinovich—. Habian desconectado el sol. Uno me dijo: «Vamos a un lugar que conozco». Fuimos alli, bebimos y comimos. Ya sabes que es dificil conseguir vodka en la ciudad, pero yo traigo aguardiente casero. Ellos ponian la musica y yo la bebida. Por supuesto, habia chicas... —Los recuerdos hicieron a Davidov sacudir la barba. Continuo, bajando la voz—: Hermanito, en las cienagas hay muy pocas hembras. Hay una viuda, ?entiendes?, y vamos a verla... su marido se ahogo el ano antepasado... Y ya sabes que pasa: vas a verla, que otra cosa puedes hacer, pero despues tienes que arreglarle la cosechadora, o ayudarla a recoger la cosecha, o vaya usted a saber que... ?Menudo fastidio! —Espanto con el latigo a un babuino que seguia el carreton—. En general, hermanito, vivimos alli como si estuvieramos en combate. No es posible sobrevivir sin armas. ?Y el rubio ese, quien era? ?Un aleman?
—Si, un aleman —respondio Andrei—. Antiguo suboficial, fue hecho prisionero en Konigsberg, y de alli vino para aca...
—Ya me parecia que tenia una jeta repugnante —explico Davidov—. Esas malditas lombrices me hicieron retroceder hasta el mismo Moscu, termine en el hospital de campana, me volaron medio trasero. Pero despues me desquite. Era tanquista, ?entiendes? La ultima vez, ardi en las afueras de Praga... —Se retorcio la barba—. ?Mira que casualidad! ?Y nos hemos encontrado aqui!
—No es mala persona, es un tipo eficiente —dijo Andrei—. Y valiente. De vez en cuando monta un numerito, pero trabaja bien, con energias. En mi opinion, es una persona excelente para el Experimento. Un organizador.
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