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Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 9


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Rumata se desabrocho el cinto y se solto la espada.

— Adelante, adelante — dijo.

— ?La caja! — vocifero el padre Kabani, y despues hizo una larga pausa mientras movia de una manera extrana los carrillos.

Rumata, sin quitarle ojo de encima, paso sobre el banco un pie con la bota de montar llena de polvo y se sento, poniendo la espada a su lado. — La caja… — repitio el padre Kabani con voz abatida -. Decimos que inventamos cosas. Pero en realidad todo esta inventado desde hace muchisimo tiempo. Alguien lo invento todo hace una enormidad de anos, lo metio en una caja, le hizo un agujero en la tapa y se fue… Se fue a dormir… ?Y que ocurrio entonces? Llega el padre Kabani, cierra los ojos, mete una mano por el agujero — mientras decia esto, el padre Kabani contemplo su mano — y… ?zas!, ?lo invente! Yo invente esto, dice, y el que no lo crea es un imbecil… Meto la mano una vez, ?y que sale? Un alambre espinoso. ?Para que? Para que los lobos no entren en los rediles. Vuelvo a meter la mano… ?dos! ?Y que? Una cosa muy ingeniosa, un instrumento para picar la carne. ?Para que? Para hacer picadillo fino y que la carne sea tierna. ?Bravo! Meto otra vez la mano… ?tres! Agua ardiente. ?Para que? Para que prenda la lena humeda. ?Ah!

El padre Kabani callo y empezo a inclinarse hacia adelante, como si alguien tirara de el sujetandolo por el pescuezo.

Rumata cogio la jarra, olio su contenido y se echo varias gotas en el dorso de la mano. Las gotas tenian un color lila y olian a fuel. Saco su panuelo y se limpio bien la mano. En el panuelo quedaron unas manchas de grasa. La despeinada cabeza del padre Kabani tropezo con la mesa y volvio a levantarse al instante.

— El que puso todo eso en la caja sabia para que servia… ?Alambre espinoso para los lobos? Eso es lo que yo creia, imbecil. Pero era para cercar las minas y evitar que se fugaran de ellas los reos del Estado. ?Yo no quiero eso! ?Yo tambien soy reo del Estado! ?Acaso me preguntaron a mi? ?Si, me preguntaron! ?Eso que es, alambre espinoso? Alambre espinoso. ?Para los lobos? Para los lobos. ?Muy bien, bravo! Cercaremos con el las minas. Y Don Reba las cerco personalmente. Y tambien se quedo con mi picadora de carne. ?Bravo, tienes ingenio!

Y ahora, en la Torre de la Alegria, hace con ella picadillo fino. Dice que da buen resultado…

Lo se, penso Rumata. Lo se todo. Se como gritaste en el despacho de Don Reba, como te arrastraste a sus pies pidiendole: «?Dadmela, no la emplee!» Pero ya era tarde. Tu picadora se puso en marcha.

El padre Kabani cogio la jarra y pego a ella su bocaza. Mientras tragaba aquella mezcla toxica, rugia como el jabali. Luego dejo de nuevo la jarra sobre la mesa y empezo a masticar un pedazo de nabo. Las lagrimas corrian por sus mejillas.

— ?El agua ardiente! — exclamo por fin, con voz entrecortada -. Para encender hogueras y hacer divertidos trucos. Pero, ?que le ocurriria al agua ardiente si se pudiera beber? Mezclada con la cerveza, no tendria precio… Por eso no se la doy a nadie. Me la bebere yo mismo. Y me la bebo. Bebo durante todo el dia, y tambien durante toda la noche. Estoy abotagado. Me caigo a cada momento. Hace poco me mire al espejo y no lo creereis, Don Rumata, pero me asuste. Me miro. ?Dios mio!, ?ese es el padre Kabani? Parece mas bien un pulpo con manchas de colores. ?Vaya con lo que invente! Realmente pueden hacerse verdaderos trucos…

El padre Kabani escupio inconscientemente sobre la mesa y froto con el pie bajo ella. Luego pregunto de pronto:

— ?Que dia es hoy?

— La vispera de la fiesta del Justo Kote — dijo Rumata.

— ?Y por que no hace sol?

— Porque es de noche.

— Otra vez de noche — murmuro melancolicamente el padre Kabani, y cayo de bruces sobre la mesa.

Rumata permanecio un tiempo silbando entre dientes y mirando a Kabani. Luego se levanto de la mesa y fue hacia la despensa. Alli, entre un monton de nabos y otro de serrin, brillaban los tubos de vidrio del gran alambique del padre Kabani, admirable creacion de un ingenio natural, quimico por instinto y maestro en el arte de soplar el vidrio. Rumata dio dos vueltas en torno a aquella «maquina infernal», busco en la oscuridad una barra, y empezo a golpear el aparato al azar. Se oyo ruido de vidrios rotos, de liquidos derramandose y de metales en vibracion. Un repugnante olor a orujo agrio invadio la estancia.

Rumata, haciendo crujir con sus tacones los vidrios rotos, se abrio paso hasta el rincon mas apartado y encendio una linterna electrica. Alli, debajo de un monton de cosas inservibles y dentro de una solida caja fuerte de silicitona, se hallaba un sintetizador portatil Midas. Aparto lo que le estorbaba, marco en el disco la combinacion de cifras y abrio la tapa de la caja fuerte. El sintetizador parecia algo extrano en medio de todos aquellos objetos, incluso a la blanca luz de la linterna electrica. Rumata echo en el embudo receptor varias paletadas de serrin y el sintetizador empezo a funcionar casi en silencio, encendiendo automaticamente las luces de un tablero indicador. Con la puntera de su bota acerco luego un mohoso cubo a la ranura de salida, y en el acto comenzaron a caer en su abollado fondo mohedas de oro con el aristocratico perfil de Pis VI, Rey de Arnakar.

Rumata traslado al padre Kabani a un camastro de crujientes tablas, le quito las botas, lo giro del lado derecho y lo tapo con una raida manta. El padre Kabani se desperto, pero no pudo moverse ni razonar. Se limito a canturrear varios versos de un romance profano que estaba prohibido y que empezaba asi:

— Roja florecilla soy, en tu pequena mano… — y luego volvio a roncar sonoramente.

Entonces Rumata limpio la mesa, barrio el suelo y lavo los cristales de la unica ventana, que estaban ya negros por la suciedad y los experimentos quimicos que el padre Kabani realizaba en su antepecho. Tras la estufa encontro un barril con alcohol, y lo vacio echandolo por un agujero que habian hecho las ratas. Despues le dio de beber al potro jamajareno, le echo un pienso de cebada, se lavo, y se sento a esperar, mirando como ardia la lampara de aceite. Llevaba seis anos arrastrando aquella extrana vida, aquella doble vida, y podia decir que ya se habia acostumbrado a ella. Pero de vez en cuando, como ahora por ejemplo, pensaba que todas aquellas atrocidades organizadas y aquella aguzada incultura no eran reales, sino fingidas, y que todo pertenecia a una extrana representacion teatral cuyo papel principal lo desempenaba el, Rumata. Le parecia que de un momento a otro, tras una replica afortunada suya, iban a comenzar los aplausos, y que los expertos del Instituto de Historia Experimental le gritarian entusiasticamente desde sus palcos: «?Muy bien, Anton! ?Genial! ?Bravo, Toshka!». Rumata llego incluso a mirar a su alrededor, pero no vio una sala llena de publico sino tan solo una humilde habitacion de toscas paredes de troncos ennegrecidos por el hollin.

En aquel momento el caballo relincho y coceo, y se oyo un ruido bajo, acompasado y continuo, tan familiar para el que se le saltaron las lagrimas, pero increible en aquel pais. Rumata lo escucho con la boca abierta. El ruido ceso al fin, la llama de la lampara vacilo, y la luz se avivo. Se abrio la puerta y, procedente de la oscura noche, irrumpio en la estancia Don Kondor, Juez General, Custodio de los Grandes Sellos del Estado de la Republica Mercantil de Soan, Vicepresidente de la Conferencia de los Doce Negociantes y caballero de la Orden Imperial de la Mano Santa.

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