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Que dificil es ser Dios - Стругацкие Аркадий и Борис - Страница 13


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Tambien puede haberte atrapado algun imbecil, sin una premeditada mala intencion, simplemente por aburrimiento y por un hipertrofiado sentimiento de hospitalidad. Tuvo ganas de darse un banquete con algun ilustre vecino, envio a sus hombres a la carretera, y les hizo traer a su castillo a tu noble acompanante. En este caso tendras que esperar encerrado en el pestilente cuarto de la servidumbre hasta que los senores se hayan emborrachado como cubas y se despidan amigablemente. Si es asi, tampoco te amenaza ningun peligro.

Pero cerca de Putribarranco estan embocados los restos del ejercito campesino de Don Xi y Petri Vertebra, recientemente derrotados, pero que cuentan ahora con la secreta proteccion de nuestro aguila Don Reba, que los mantiene en reserva para el caso de que surjan complicaciones con los barones, cosa que por otra parte es muy probable. Esos no tienen clemencia, y es preferible no pensar en ellos. Existe tambien Don Satarin, un aristocrata de sangre imperial, que con sus ciento dos anos ha perdido ya por completo el juicio. Don Satarin tiene afrentas familiares que lavar con los duques de Irukan, por lo que de tiempo en tiempo entra en actividad y se dedica a atrapar a todo aquel que cruza la frontera irukana. Es un tipo muy peligroso ya que, influido por sus ataques de colecistitis, es capaz de dar tales ordenes que sus hombres no consiguen evacuar los cadaveres que se amontonan en sus mazmorras.

Y finalmente esta lo principal, no por ser lo mas peligroso sino por ser lo mas probable: las Milicias Grises de Don Reba, las secciones de asalto que vigilan las carreteras principales. Puede que hayas caido incidental — mente en sus manos, en cuyo caso hay que confiar en la sensatez y sangre fria de tu acompanante. Pero, ?y si a Don Reba le interesases precisamente tu? Don Reba se interesa a veces por cosas tan insospechadas… Sus espias pueden haberle informado que ibas a pasar por Arkanar, y tal vez mandara a tu encuentro a un destacamento al mando de algun diligente oficial Gris, algun bastardo de noble de poca monta, y en este caso ahora estaras encerrado en un calabozo de los sotanos de la Torre de la Alegria.

Rumata volvio a tirar nerviosamente del cordon. La puerta de la alcoba se abrio rechinando horriblemente, y un muchacho delgado y taciturno entro en la estancia. Se llamaba Uno, y su suerte podria servir de tema para una balada. Hizo una reverencia en el mismo umbral y, chancleteando sus rotos zapatos, se acerco al lecho y puso sobre la mesilla una bandeja con cartas, una taza de cafe y un poco de corteza aromatica para mascar, que fortalecia las encias al tiempo que limpiaba los dientes. Rumata lo miro disgustado.

— Dime, ?cuando vas a engrasar los goznes de la puerta?

El muchacho miro al suelo y no respondio. Rumata echo a un lado la colcha, saco fuera de la cama los pies descalzos y, mientras alargaba una mano hacia la bandeja, pregunto:

— ?Te has lavado hoy?

El muchacho titubeo y, sin responder, empezo a recoger las prendas dispersas por la habitacion.

— ?Acaso no me oyes? — insistio Rumata, que ya habia abierto la primera carta -. Te pregunto si te has lavado hoy.

— El agua no limpia los pecados — murmuro el muchacho -. ?Soy acaso noble para tener que lavarme cada dia?

— ?Y que te he dicho acerca de los microbios?

El muchacho puso cuidadosamente el calzon verde sobre el respaldo de un sillon e hizo un brusco movimiento con el pulgar para ahuyentar a los malos espiritus.

— Durante la noche he rezado tres veces — dijo -. ?Que mas quereis?

— Eres tonto — dijo Rumata, y empezo a leer la carta.

La escribia Dona Okana, dama de honor y nueva favorita de Don Reba. Le pedia a Rumata, «consumida por la ternura», que fuera a verla aquella misma tarde. El post scriptum decia claramente lo que esperaba de el en aquella entrevista.

Don Rumata enrojecio, miro de reojo al muchacho y murmuro un laconico:

— Era de esperar…

Le repugnaba ir, pero el no hacerlo seria una equivocacion, ya que Dona Okana sabia muchas cosas. Se bebio el cafe de un sorbo y se metio en la boca la corteza de mascar.

El siguiente sobre era de papel fuerte, y el sello de lacre estaba danado. Por lo visto la carta habia sido abierta. Su remitente era Don Ripat, uno de sus agentes, arribista de pocos escrupulos, teniente de las Milicias Grises. Se interesaba por la salud de Don Rumata, expresaba su seguridad en la victoria de la Gran Causa Gris, y pedia que le aplazase la deuda que tenia con el, ya que no podia pagar alegando circunstancias francamente absurdas.

— De acuerdo, de acuerdo… — refunfuno Rumata, dejando la carta a un lado. Volvio a tomar el sobre y lo examino atentamente. Si, penso, estan aprendiendo a trabajar mejor. Mucho mejor.

La tercera carta era un reto a batirse a espada por celos, pero su autor estaba dispuesto a darse por satisfecho y a renunciar al dueno si Don Rumata, procediendo caballerosamente, aportaba las pruebas necesarias para demostrar que no tenia ni habia tenido nunca ningun contacto con Dona Pifa. La carta estaba redactada sobre la base de un formulario. Su texto principal estaba escrito con fina letra caligrafica, y en el habian sido dejados en blancos los huecos correspondientes a fechas y nombres, que habian sido llenados mas tarde con una letra desigual y con faltas de ortografia.

Rumata arrojo la carta a un lado y se rasco la mano izquierda, picada por los mosquitos.

— Bueno, vamos a lavarnos — dijo.

El muchacho desaparecio por la puerta, y pronto se presento de nuevo, andando de espaldas y arrastrando una tina de madera llena de agua. Luego volvio a salir y trajo otra tina vacia y un cazo.

Rumata salto al suelo, se quito la camisa de dormir, muy usada pero con unos magnificos bordados a mano, y desenvaino las espadas colgadas a la cabecera del lecho. El muchacho se protegio prudentemente tras uno de los sillones. Tras ejercitarse durante unos diez minutos en lanzar y parar golpes, Rumata dejo las espadas junto a la pared y se metio en la tina vacia.

— ?Echa agua! — ordeno.

No le gustaba lavarse sin jabon, pero ya se habia acostumbrado a ello. El muchacho le fue echando agua, cazo tras cazo, por la espalda, cuello y cabeza, al tiempo que refunfunaba:

— En todas las casas hacen las cosas como es debido, mientras que aqui todo son inventos. ?Donde se ha visto que la gente se lave en dos tinas? ?Y ese absurdo puchero que hemos puesto en el retrete! Cada dia una toalla limpia. Y, desnudo y sin haber rezado, dando saltos cada dia con las espadas…

Mientras se frotaba vigorosamente con la toalla, Rumata dijo en tono sentencioso:

— Tienes que comprender que soy un miembro de la corte y no un piojoso baron cualquiera. Los cortesanos tenemos que ir limpios y perfumados.

— Como si Su Majestad no tuviera otra preocupacion que cleros — rezongo el muchacho -. Todos sabemos que Su Majestad ora dia y noche por nosotros, pobres pecadores. Y Don Reba aun mas: el no se lava nunca. Lo se seguro, me lo han dicho sus sirvientes.

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