Los Siete Ahorcados y Otros Cuentos - Андреев Леонид Николаевич - Страница 1
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CUENTOS
Autor: Andreev, Leonid
ISBN: 9788493590017
Generado con: QualityEPUB v0.33
Leonid Andreiev
Cuentos
Nota preliminar
Leonid Andréiev (1871-1919) puede considerarse el puente de enlace entre los grandes narradores decimonónicos rusos y las vanguardias surgidas tras el advenimiento del comunismo, en ese espacio de tiempo crucial donde Rusia era un verdadero hervidero cultural antes de que se impusieran los primeras represiones, de las que el mismo Andréiev sería víctima, motivo que le llevó a exiliarse los último años de su vida en Finlandia, a pesar de la estrecha amistad que durante largos años le había ligado a Maxim Gorki, la cual se vio truncada con la llegada al poder de los bolcheviques. Fue el cronista de una generación entregada a la desesperación y en sus escritos se puede vislumbrar ya los claroscuros de aquellos días que, como bautizase John Red, “sacudieron al mundo”.
Sus primeros cuentos (recopilados en El angelito, 1916) aparecieron en los periódicos de Moscú al comienzo del siglo y muy pronto su nombre adquirió prestigio entre los intelectuales rusos. Persona afable y de trato cordial, muy alejada de su carácter resulta ser toda su obra, presidida en todo instante por un hondo pesimismo, lo que le lleva a abarcar temáticas siempre ligadas al dolor humano, como la muerte, la enfermedad, la guerra, la traición o la locura. Muestra de ello es su primer relato, El abismo(1904), que le granjeó el aplauso unánime de crítica y público pese a abordar un asunto tan escabroso como el de una muchacha que, después de ser violada en un bosque por una banda de golfos, sufre el mismo ultraje a manos de su propio novio. Tampoco su Vida de Basilio Fiveiskii, también del mismo año, pudo pasar desapercibida para el lector ruso, ya que en la ferviente rusa zarista presentaba a un pope incrédulo que, bajo amenazas e increpaciones, recrimina a Dios su inexistencia. En fin, como el mismo Chejov apuntase: « Después de haber leído dos de sus páginas hay que darse un paseo y respirar dos horas aire fresco».
Alejado de todo esta morbosidad que subyace en toda su obra, se halla su novela corta, y quizá lo mejor de su producción, Los siete ahorcados(1905), donde se narra las últimas horas en prisión de unos condenados a muerte (cinco terroristas anarquistas, un letón criminal y un campesino matón), a quienes el destino, en este caso a modo de patíbulo, liga sus vidas por un breve instante.
Quizá embriagado por el súbito y estruendoso éxito de sus primeras obras, la calidad de su producción se resintió con el tiempo y finalmente ofreció menos de lo que en un principio prometía su carrera literaria. Abarcó el campo de la novela con obras como En la bruma, El pensamiento, La risa roja, y Sashka Zheguliov, esta última, quizá, su obra más ambiciosa donde cuenta la historia, ubicada en la antesala de la revolución rusa, del hijo de un general fallecido que padece una lucha interna librada por fuerzas heredadas de sus progenitores. Asimismo, también se incursiona en el teatro y compone piezas de la calidad de Anfisa, Hacia las estrellas, La vida del hombre, Judas Iscarioteo Quien recibe las bofetadas, donde cobran nueva y alucinada vida los temas eternos del Amor y la Muerte, el Bien y el Mal..., entrado a formar parte del repertorio dramático universal.
Conocido como « el apóstol de las tinieblas», Andréiev es uno de los más grandes escritores de la Rusia prerrevolucionaria, y, lejos de inscribirse en los rangos de la nueva literatura que surge con la Revolución de Octubre, es un típico novelista y dramaturgo fin de síècleque se siente atraído por los tonos sombríos del decadentismo y hace gala de una morbosidad que tiene algo en común con las cavilaciones de Fiódor Dostoievski sobre el sentido del mal. En sus inicios, Andréiev se muestra rebelde y misántropo e incluso es encarcelado por sus actividades políticas, pero después se transforma en un conservador que apoya la participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial, ataca a la Revolución de Octubre y cruza la frontera con Finlandia, para desde allí escribir apasionadas denuncias contra Lenin y los bolcheviques. En marzo de 1919 lanza un desesperado llamamiento para que los aliados intervengan en Rusia y acaben de una vez con los Soviets. Fallece al poco tiempo, en la más completa miseria, a raíz de un ataque al corazón.
Los siete ahorcados
I ¡A la una, precisamente, Excelencia…!
El ministro era un tipo extraordinariamente obeso y propenso a los ataques apopléticos, por lo cual, y para prevenir los peligros de una emoción fuerte, hubieron de emplearse toda clase de precauciones para comunicarle que se iba a atentar contra su vida. Al ver que recibía la noticia con serenidad y hasta sonriente, se le comunicaron los detalles. El crimen se cometería a la siguiente mañana, cuando la víctima se encaminase al Consejo. La policía había descubierto el complot por una delación, y vigilaba noche y día a los conjurados, quienes serían detenidos a la una, hora en que, armados de bombas y pistolas, esperarían al ministro.
—Pero —exclamó éste, sorprendido—, ¿cómo diablos sabían ellos la hora a que yo he de acudir al Consejo, cuando yo mismo la ignoraba hace tres días?
El jefe de la guardia se encogió de hombros.
—Pues ellos, Excelencia, sabían que será a la una, precisamente.
Parecióle bien a Su Excelencia el diligente celo de la policía; luego hizo un gesto de duda, frunció el ceño, y sus labios, carnosos y encendidos, se contrajeron en una mueca que pretendía ser una sonrisa; sin abandonarla, se despidió de los agentes, y para que éstos trabajasen con mayor libertad y desembarazo, decidió pasar la noche fuera de su casa, en otra casa amiga, donde le brindaban hospitalidad. También su esposa y sus hijos fuéronse lejos de aquella mansión en que acechaba el peligro y en donde al día siguiente habían de reunirse los conjurados.
Mientras ardían las lámparas en la morada ajena y los amigos saludaban y sonreían, el ministro experimentaba cierta excitación agradable, como si le hubieran dado ya o le fuesen a otorgar un galardón inesperado.
Mas luego aquellas habitaciones quedaron obscuras y solitarias. Al través de los cristales, el alumbrado público fingía luminosas y movedizas manchas en los muros y en los techos de aquellos vastos aposentos, hundidos ahora en el silencio más completo.
Solo ya en la ajena alcoba, sintióse el personaje asaltado de súbitos temores.
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